En estos días se conmemoran los cincuenta años de mayo del 68. Cómo no estremecerse ante las fotos en blanco y negro de esos guapos estudiantes, hombres y mujeres por igual, tomándose las calles de París, colmando el anfiteatro de La Sorbona para escuchar a Sartre, escribiendo en los muros consignas que estimularon la imaginación de millones de jóvenes en el mundo entero, o agrupándose frente a las fábricas para conversar con trabajadores que los miraban con inocultable escepticismo.
¿Cuánto cambió el mundo como resultado de esas movilizaciones que sacudieron no solo Francia, sino a toda Europa y a los Estados Unidos? El debate sigue abierto. Desde el punto de vista político, no mucho. En Francia y en los restantes países donde explotaron las movilizaciones juveniles, la derecha siguió en el gobierno y no ocurrieron mayores reformas de los sistemas políticos. El cambio se produjo en el plano de la cultura. Tendencias que después pasaron a ser pan de cada día -como la autonomía individual, la liberación sexual, el cuestionamiento a un modelo único de familia, los derechos de las minorías, la ecología, la atención a la vida afectiva, la educación participativa, la valorización de la creatividad y el diseño- fueron gatilladas por los sucesos de mayo del 68.
"Esto no me entretiene; ya no queda nada heroico o difícil por hacer", señalaba el Presidente De Gaulle días antes del estallido estudiantil. El diario Le Monde, por su parte, decía que Francia había caído en un profundo aburrimiento. Se vivía, en efecto, una situación de crecimiento económico, de prosperidad y de paz sin parangón, pero afloraba sin embargo un oscuro y difuso malestar. Se hablaba de falta de ideas, de crisis de valores, de escaso compromiso político de la población, como si la expansión del consumo no fuera a la par con el bienestar. Fue en esta atmósfera y en ese momento cuando reventó el movimiento estudiantil.
Nadie por cierto lo previó. Mal que mal, por primera vez en la historia -indica Tony Judt- "los problemas que aquejaban a los Estados europeos no eran cómo alimentar, vestir, alojar y eventualmente dar empleo a un número creciente de jóvenes, sino cómo educarlos". De hecho se había producido un crecimiento explosivo de los estudiantes universitarios -en el caso de Francia, estos se habían duplicado en los diez años previos a 1968-. Y fueron estos los que se rebelaron poniendo al sistema en jaque; todo a partir de un conflicto nimio suscitado en la Universidad de Nanterre por la segregación de los dormitorios entre hombres y mujeres.
De nada valió que los padres les recordaran a sus hijos lo que habían sufrido para alcanzar la estabilidad, el progreso y las oportunidades de las que ellos gozaban; ni que les advirtieran que las utopías podían desembocar en pesadillas infernales, como las que ellos habían padecido. Los estudiantes querían explorar algo nuevo y se lanzaron a ello, cambiando de paso el mundo para siempre.
¿Tuvimos en Chile nuestro propio mayo del 68 con las movilizaciones estudiantiles de 2011? Ambas compartieron el mismo tono lúdico, creativo, delirante; la misma rebeldía hacia el mundo creado por los adultos; el mismo rechazo a la lógica tecnocrática y a la derecha en el poder; la misma audacia para levantar banderas utópicas, como fue en su momento el "fin al lucro" en educación. Lo que contrasta es que, a diferencia de los líderes del 68, los del 2011 se integraron al sistema como actores políticos. Pero como sea, si hay algo que retener de mayo de 1968 es que cuando cunde el aburrimiento en los grupos dirigentes, pues "no queda nada heroico o difícil por hacer", el más ínfimo incidente puede encender la pradera.