Muchas veces los avances tecnológicos generan preocupación e incluso acciones contrarias a su implementación en procesos productivos, por sus eventuales efectos en el empleo y los salarios. Un ejemplo temprano y clásico en esta dirección fue el movimiento Ludita, de comienzos del siglo XIX en Inglaterra, con su destrucción de las máquinas tejedoras por los trabajadores textiles, quienes las responsabilizaban por quitarles sus empleos.
Más recientemente, a mediados del siglo pasado, el premio Nobel de Economía Wassily Leontief predijo que con los desarrollos tecnológicos, el trabajo sería cada vez menos importante, porque los trabajadores serían reemplazados por máquinas y se generaría un desempleo masivo. Nada de esto ha ocurrido, porque los efectos de la innovación tecnológica en el empleo son el resultado de fuerzas contrapuestas que generan y destruyen empleos y las políticas públicas han jugado un rol importante en facilitar el ajuste del mercado laboral.
De una parte, la automatización hace posible reemplazar directamente las tareas que antes hacían trabajadores por máquinas. De otra parte, la automatización también crea nuevas tareas y empleos asociados. Además, un efecto macroeconómico importante es que los aumentos de productividad que acompañan a la innovación tecnológica resultan en un gran salto en el crecimiento potencial y el producto per cápita de los países, lo que aumenta la demanda por bienes y servicios, y por trabajo.
La política pública cumplió un rol importante en este proceso mediante un incremento sustantivo en la cobertura y la calidad de la educación, que permitió preparar a los trabajadores para adaptarse a la nueva realidad del mercado laboral y de paso redujo en el tiempo la oferta relativa de trabajadores con bajo nivel de calificación, que son los más expuestos a ser desplazados por los avances tecnológicos.
Así, los avances tecnológicos de los últimos 200 años unidos a la inversión en capital humano resultaron en un avance sin precedentes en el ingreso, el empleo y el nivel de vida de la población. Como resultado, mientras que hacia fines del siglo XIX un 90% de la población vivía bajo la línea de pobreza, hoy este número ha caído por debajo del 10%.
La revolución de la robótica y la inteligencia artificial que está en pleno desarrollo tiene todo el potencial para contribuir a impulsar el crecimiento económico y generar nuevas mejoras en bienestar en el futuro. Sin embargo, hay que tener presente que los avances tecnológicos crean también problemas de adaptabilidad del trabajo, especialmente para los trabajadores cuyas tareas principales terminan siendo reemplazadas por máquinas, que generalmente son los trabajadores con baja calificación y los jóvenes.
La respuesta de política debiera ser mejorar las capacidades de los trabajadores actuales y futuros para facilitar su adaptación y poder beneficiarse de los nuevos empleos que se creen gracias a esta revolución. En esto último, ¿quién podría haberse imaginado los cuantiosos empleos que se han generado en los últimos años en el manejo de grandes bases de datos; en ciberseguridad; en plataformas de servicios de taxis como Uber y Cabify; en la fabricación, mantenimiento, seguridad y abastecimiento de los cajeros automáticos; en pequeñas empresas tecnológicas; en consultoría en línea, y en trabajo desde el hogar?
Facilitar la adaptabilidad es especialmente importante ahora que los avances tecnológicos amenazan con intensificar sus efectos en el mercado laboral. Esto último es el resultado de dos tendencias que se han ido acentuando en los últimos años. Los avances en la automatización de empleos y la caída en el precio relativo de los bienes de capital (Technology and the Future of Work, FMI, 2018). La caída en el precio relativo de los bienes de capital -asociada a los avances tecnológicos y también a distorsiones en el mercado laboral que encarecen el costo del trabajo- promueven el reemplazo del trabajo por capital para un grado dado de posibilidades de sustitución entre trabajo y capital, al mismo tiempo que la automatización modifica esas mismas posibilidades a favor del capital.
Las máquinas son mejores para ejecutar tareas repetitivas, bien definidas y predecibles, pero no son tan buenas para trabajos que requieren esfuerzos abstractos o no rutinarios. Tampoco para tareas que requieren de juicio o habilidades de interacción con personas. Como resultado, las tareas más expuestas a ser reemplazadas por las nuevas tecnologías son los trabajos rutinarios manuales, como los de trabajadores fabriles, de la construcción, mecánicos e incluso trabajados rutinarios que usan habilidades cognitivas, como vendedores, intermediarios financieros, choferes y secretarias. Todos estos son, en general, trabajadores semicalificados.
En contraste, las trabajos difíciles de reemplazar por las nuevas tecnologías o que las complementan son los que no son de rutina -ingenieros, posiciones gerenciales, emprendedores tecnológicos, cuidadores de la salud y de adultos mayores, diseñadores, chefs y otros- y los que usan habilidades cognitivas no rutinarias -enfermeras, mozos, personal de seguridad y otros- (Gruen, 2017). En esta dirección, un trabajo reciente de una de las autoridades en el tema concluye que la automatización no ha llevado a pérdidas de empleos agregados, pero sí ha tenido efectos en la composición de estoa (Autor y Salomons, 2018).
Implicancias para Chile
Estos desarrollos tecnológicos abren grandes oportunidades para que Chile dé un salto en productividad y así aumentar su tasa de crecimiento potencial, pero al mismo tiempo encuentran al país con un mercado laboral que arrastra problemas agudos de funcionamiento, los que se han exacerbado con el ciclo reciente de bajo crecimiento, y que se manifiestan en una gran proporción de trabajadores, en torno al 33% de la población de entre 18 y 64 años, que no estudian a tiempo completo, con empleos precarios o desempleados (OCDE, 2018).
Producto de los problemas del mercado laboral y de la baja calidad de la educación y la capacitación laboral, Chile está mal preparado para enfrentar los retos y oportunidades que abren la revolución en la robótica y la inteligencia artificial. De hecho, dada la calificación de la fuerza laboral chilena y la estructura de empleos, un trabajo reciente de la OCDE estima que en torno a un 20% de los empleos en Chile son altamente automatizables (Nedelkoska y Quintini, 2018).
Para enfrentar esta realidad se requiere una política educacional y de capacitación que prepare a la fuerza laboral para trabajar como complemento de la robótica y la inteligencia artificial, y para desempeñar tareas que tienen un bajo riesgo de automatización y así poder aprovechar mejor los avances del siglo XXI. Para esto hay que desarrollar programas focalizados que faciliten la inserción de los trabajadores informales al mercado laboral, programas que deben combinar flexibilidad en horas trabajadas, trabajo a distancia, capacitación orientada a proveer destrezas que aumenten la empleabilidad, subsidios a la contratación, salas cuna para los hijos de madres de bajos ingresos, etc.
En paralelo, la reducción de los costos de despidos asociados a las altas indemnizaciones por años de servicio de los trabajadores con contrato indefinido -compensadas con un mayor subsidio al desempleo- promovería la movilidad, los trabajos indefinidos y formales y la capacitación, contribuyendo a través de ello a aumentos de la empleabilidad, la productividad y los salarios. Las regulaciones laborales tienen que adaptarse también a la realidad de los sectores de servicios, donde las personas por lo general tienen perspectivas de condiciones laborales y de carrera distintas a las de antiguas empresas de manufacturas.
Por su parte, la inversión en educación sigue siendo muy rentable porque, como resultado de los avances en la robótica y la inteligencia artificial, la demanda por este tipo de trabajadores está aumentando. En educación lo que se requiere es priorizar el acceso a una educación temprana, básica y media de calidad, que prepare a los jóvenes para trabajar en una sociedad donde se premian la creatividad, la adaptabilidad, el manejo de técnicas de la información y el trabajo en equipo, y para el aprendizaje continuo, y crear una institucionalidad que fomente una educación técnico-profesional y terciaria de alta calidad, que prepare técnicos y profesionales capaces de desempeñarse en los mercados laborales del siglo XXI.
La tarea de política pública es grande, pero avanzar en estas direcciones debiera ser una importante prioridad para que así los beneficios potenciales de la revolución de la automatización y la robótica se puedan aprovechar y lleguen a la mayoría de los chilenos.