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Fantasmas literarios , de Hernán Valdés, cuya versión original apareció hace unos 15 años, ahora revisada y completada por el autor, vuelve a ser un gran descubrimiento en todo el sentido que este término posee y también en los múltiples niveles que el presente ensayo expone. En primerísimo lugar, estamos, si no ante la mejor, una de las mejores crónicas que últimamente se han escrito en nuestro país, por quien fue un testigo privilegiado y también un actor de una época recién pasada, la época de los años 50 a 70 que, en la obra de Valdés, cobra una inusitada vigencia, una inopinada vitalidad y nos permite adentrarnos en las vidas de casi un centenar de personajes, que han sido esenciales en la evolución de nuestra cultura. En segundo lugar, esta nueva edición, sobre todo para quienes estaban al tanto de la anterior, pero también para quienes se acercan por primera vez a ella, contiene material inédito, historias ignoradas, gente famosa o menos famosa de su tiempo que, por decirlo en palabras extraliterarias, hace su estreno en medio de estos
Fantasmas literarios , que Valdés, gracias a su prodigiosa memoria y su cercanía con ellos, los hace revivir, tanto para la generación actual, como para aquella que experimentó, tal como ha sucedido con el prosista, ese glorioso período y esos gloriosos días. Por último, hay que decirlo con todas sus letras: Valdés escribe extraordinariamente bien, es amenísimo, refinado sin pedantería, sabe llevarnos a través de su relato como si lo hiciera por su propia casa, en suma, este título se sigue sin pausa desde la primera a la última página.
En medio de tantas personalidades que acuden a esta convocación, las tres figuras sobresalientes son, sin duda, Teófilo Cid, Luis Oyarzún y Enrique Lihn. De todos ellos, Valdés fue amigo íntimo, los trató a diario o por prolongadas etapas y los conoció como pocos pudieron hacerlo. Cid, uno de los máximos representantes del surrealismo chileno, ha pasado a ser ya una figura mítica. Habiéndose desempeñado como diplomático, con amplios recursos económicos, dotado de una inteligencia y una cultura excepcionales, fue decayendo poco a poco, hasta convertirse en un ser miserable, andrajoso, sucio, maloliente y si bien nunca perdió la lucidez, los últimos días de su vida fueron una penuria para él y para los que se sentían obligados a tolerar su convivencia. Luis Oyarzún es incuestionablemente uno de los intelectuales más importantes del país durante el siglo pasado, un humanista a tiempo completo, un maestro. Valdés lo retrata en sus facetas más personales y menos accesibles, ensalza la generosidad de su conducta y claro, revela rasgos que, en aquel tiempo, podían resultar chocantes en una sociedad tan conservadora como esta, aunque lo hace con prudencia y cariño. Sobre Lihn se ha dicho tanto y han corrido tantos ríos de tinta, que es casi superfluo referirse a él. Con todo, Valdés se esmera en entregarnos a un hombre de carne y hueso, repleto de contradicciones, genial y, al mismo tiempo, incapaz de soportar la domesticidad, un poeta brillante que también fue un donjuán irresistible, alguien carismático e insoportable, de quien, muchas veces, las mujeres tenían que huir para no perecer en las trampas de ese energúmeno. Y desde el comienzo hasta el final de
Fantasmas literarios , llama la atención e incluso conmueve la atmósfera de tolerancia, de amplitud de criterio, de respeto por los demás que, si le creemos a Valdés, imperó hace más de seis décadas en nuestra república de las letras.
Fantasmas literarios , desde luego, no puede centrarse solo en un trío de nombres, de modo que es un recorrido, en ocasiones exhaustivo, en otras pasajero, por otras voces y otros ámbitos: la explosiva poetisa Stella Díaz Varín, la filántropa y generosísima Esther Matte, el inefable Chico Molina, el indefinible Jorge Onfray, el espectral Claudio Giaconi, la inclaudicable Sybila Arredondo, el discreto González Vera. Y Valdés vuelve, en repetidas oportunidades, a protagonistas de la literatura nacional tan consagrados como Pablo Neruda, Nicanor Parra o Jorge Teillier, entregándonos trazas favorecedoras o menos atractivas de ellos. Como un gran conocedor del séptimo arte, cineasta él mismo, Valdés sabe lo que son los cameos y los hay para todos los gustos: Violeta Parra, Margot Loyola, Teresa Hamel, María Romero, Raúl Silva Castro, Andrés Sabella, Venancio Lisboa y muchos o muchas más.
Fantasmas literarios es, además, una parte fundamental en la historia de una ciudad, Santiago, sofisticada y provinciana, lánguida y vital, grande y pequeña y, parafraseando a Valdés, la capital de una nación compuesta por provincias donde hay nichos asombrosamente cosmopolitas, una metrópolis con cuerpos de ballet, teatros universitarios, una orquesta sinfónica, salas de conferencias y servicios de difusión que crean, "entre otros medios, un mundo intelectual paralelo a la miseria ambiente y con una calidad no inferior a la de los conjuntos más prestigiados del mundo desarrollado". Así, "una burguesía en parte ilustrada hace posible una convivencia social sin discriminaciones con todo tipo de creadores artísticos...". ¿Qué ha quedado de todo eso? ¿Hasta qué punto nos hemos empobrecido, pese a nuestra aparente prosperidad? ¿Es posible que estos espléndidos espectros vuelvan a resucitar? Son, claro está, preguntas sin respuestas y si las buscamos en este volumen, jamás las encontraremos.