La sede de Quinta Normal del Museo de Arte Contemporáneo convertida en inmunda, terrible cárcel pública, con su gama variada de reos y su feroz irradiación hacia la familia. De partida, el gran hall central y su doble escalinata, de pretensiones palaciegas, emergen como preparación externa a lo que vendrá enseguida. Así, a sus dos costados enfrentamos una doble visión fílmica: olas marinas que rompen contra las rocas. De una belleza admirable, a través de la multiplicación de imágenes la transfigura en un juego caleidoscópico de formas ornamentales. Más aún, el panorama marino constituye el contrapunto simbólico de la reclusión absoluta. Pero, asimismo, las proyecciones de video impregnan de arquitectura carcelaria la porción central del recinto, las columnas del segundo piso, las escaleras. Corona el total otra metáfora visual, especie de ideal materialista del recluido: una cuádruple figura femenina que cubre por entero su desnudez con interminables frutas apetitosas, que esta va comiendo lenta y acompasadamente.
Sin embargo, lo anterior no resulta más que el principio de la propuesta de un artista ya conocido para el aficionado santiaguino, el alemán-suizo Louis von Adelsheim. Es que las once salas de arriba del museo nos van introduciendo, mediante un muy bien calibrado ordenamiento de videos e instalaciones, en la intimidad del Centro Penitenciario de Valparaíso. Continuando las metáforas visuales, nos recibe una madura novia vestida de blanco. Cargada de víveres camina sin fin por la calle porteña rumbo a la prisión. Su gesto decidido, su rostro impenetrable lo dicen todo. Luego sobrecoge una instalación que divide su largo espacio en seis pequeñas celdas. Ahora creemos hallarnos inmersos de veras en el meollo protagónico. En cada una asistimos a la confesión personal de su reo respectivo. Son cuatro varones y dos mujeres en apariencia diferentes. Aquí la proporción por sexo busca recordar que solo el 10% de los encarcelados en Chile lo constituyen ellas. Por su parte, la amplia sala siguiente rinde homenaje a los 81 muertos del incendio de 2014 en San Miguel. La integran dos proyecciones complementarias: dentro de un sector central cerrado se divisan las llamas destructoras, mientras los cuatro muros alternan el baile solemne de parejas con blancas vestimentas y poderosas lenguas de fuego superpuestas sobre la fachada exterior del edificio.
También espaciosa, la sala que continúa vuelve a emocionar profundamente. Reina ahí la muerte y el dolor de los deudos inmediatos. Un video circular muestra sus rostros, escoltados por otras filmaciones con velas encendidas. Nos hablan de manera gradual: dentro de tanta pena pasma su capacidad de perdonar. Delante de ellos, siete ataúdes reales -no falta uno infantil- atestiguan los hechos. Complementa la instalación, saturando un sitio aparte, la osada visión de la sangre chorreante de los asesinados. Nuevas víctimas aparecen en el recinto que sigue: una sucesión con los dolientes rostros de niños fallecidos -hubo 1.300 en once años- del Servicio Nacional de Menores. A continuación y como alivio expresivo, escenas de lavanderas en el penal. Se proyectan sobre ropa tendida al viento, en tanto una desafiante joven pensativa, martilleando los dedos, espera, espera. El séptimo espacio emprende la interpretación de los sueños del prisionero. Corresponde a la parte más heterogénea del recorrido. Efectúa arranques abstractos a partir de nubes, serias ilustraciones gráficas y estampas del santoral católico.
Luego dos lugares bien diferentes entre sí; sobre todo una desbordada fantasía iconográfica. En efecto, el de la casucha se torna refugio para llenar los pobres anhelos del reo, mientras el segundo y más amplio recinto imagina un muy rico festín. Así, aunque cercado por alambre, asistimos a una mesa y sus comensales, que se nutren de jaibas y vinos servidos por mozos de manos enguantadas Mejor se aprecia este fuerte contrapunto a la exposición entera subiéndose a las tarimas laterales. No obstante, un mayor efecto espacial viene más adelante. Lo constituye el patio común de reos innumerables. Podemos ver el desarrollo de sus vidas dentro y fuera de las celdas. Desde ese patio vemos tanto la limpieza matinal de los cuartos como la salida y movimiento limitado -temporal y físicamente- de los encarcelados en el sitio a cielo abierto. Enseguida, el largo período de la reclusión total nos ilustra sobre una actividad escalofriante: el proceso de convertir en arma de ataque un simple objeto de uso doméstico. Como conclusión y resumen de nuestro viaje por una realidad casi desconocida para el ciudadano común, destaquemos su unidad y riqueza formales y conceptuales.
LOS MUROS DE CHILE
Sobrecogedor viaje dentro de una de las cárceles chilenas
MAC de Quinta Normal
Fecha: hasta el 25 de junio