Reinaldo Rueda ha comenzado a revelar el verdadero carácter de su gestión. Sus declaraciones no deben dar paso a una instancia de desmedida admiración, aunque sí sirven para recordar que fue justamente por su trayectoria que se le eligió para encabezar técnicamente la reconstrucción de la selección. Es cierto que lo que dijo el colombiano puede sonar radical en comparación al retóricamente empalagoso e insustancial Juan Antonio Pizzi, pero tanto la forma como el fondo de sus recientes palabras son la comprobación de que estamos frente a un líder que defiende sus convicciones asumiendo que dejará heridos en el camino.
Que en esa perspectiva Rueda haya demorado más de la cuenta en transparentar el impasse que tuvo con Claudio Bravo, puede comprenderse por la oportunidad en que se originó el conflicto y por la relevancia del protagonista, pero la corrección que hizo de la vaguedad discursiva que desarrolló durante la gira a Europa ha sido una respuesta contundente. Después de sus precisiones sobre el caso, difícilmente Bravo vuelva a ser el mismo de antes si es que retorna a la selección, salvo que el capitán haga un gesto que a esta altura de su carrera -y de su postura frente a la autoridad institucional- se ve bastante improbable.
Con todo, Rueda deja un par de incógnitas que asoman contradictorias en relación a sus certezas sobre el manejo grupal. La más llamativa es su predilección por Arturo Vidal. Todos, siempre, tienen a sus favoritos o a sus protegidos. El seleccionador evidencia su preferencia por lo que el volante del Bayern Munich representa y juega, sin embargo, elude antecedentes en la hoja de vida que son indisimulables. La actitud voluntarista hacia "el ejemplo de Vidal" es una señal poderosa que manifiesta Rueda y que es digna de analizar a futuro en consideración a los rendimientos futbolísticos de unos u otros. ¿El compromiso con la Roja de los jugadores referentes ha de ser desde ahora algo tan importante como su nivel de juego? La respuesta la sabremos conforme pasen los partidos.
La gran interrogante es la "evaluación" sobre el futuro de su gestión si es que Arturo Salah no sigue al mando de la ANFP. Aunque el propio directivo enfatizó que no está en discusión el proceso del colombiano sea cual sea el resultado de las próximas elecciones, Rueda retrocede bruscamente con su argumento base del compromiso con la selección, al condicionar su presencia a un resultado, como si su contrato fuera con una persona y no con una federación. No le compete ni corresponde a un seleccionador involucrarse en campañas directivas ni menos declarar preferencias por un bando, salvo que tenga certezas de que su trabajo se verá efectivamente afectado.