A Fausto, el personaje principal de esa obra tremenda de Goethe, que toda su vida solo había ascendido siempre en dirección al Infinito, le toca solo una vez descender, y esa es tal vez la prueba más difícil de todas. ¿Y hacia adónde hace Goethe descender a su héroe?: hacia un mundo desconocido, oscuro, donde está el fundamento de la vida, lo más originario. Y ese reino originario es el reino de las Madres: "Un trípode incandescente te dará al fin conocer / que estás en la profundidad, en la hondura de los fundamentos / y en un resplandor verás a las Madres / las unas sentadas, las otras de pie, / vagando al azar. Formación, metamorfosis / juego eterno del pensar eterno (...)".
Al leer estos versos temblamos, con el temor y temblor que sentimos cuando nos acercamos a lo sagrado que da terror. Con Goethe aprendemos que sin las Madres, no habría nada, y que cuando entramos de verdad en su mundo, tocamos lo inefable, lo todavía increado, pero de donde nace todo lo creado. Ese es el reino de las Madres. ¿Y no lo sabíamos? ¡Pero si hemos estado ahí! Alguna vez estuvimos en su seno y ahí nos nutrimos y aprendimos de lo más esencial, pero después lo olvidamos. El olvido de la esencia materna es el más grave de los olvidos, tal vez la forma más dramática del "olvido del Ser". Quien no ha tenido Madre, quien se ha alejado de ella, quien no se ha reconciliado con ella, es el más extraviado de todos, y va a tener que encontrar un camino de vuelta a casa. Y nuestra casa es, finalmente, nuestra Madre de la que fuimos expulsados, ese día en que la luz nos cegó.
Son tan fuertes, tan matriciales, tan potentes las Madres, que, por instinto de sobrevivencia, debemos irnos de ellas, para no quedar subsumidos en su identidad, perdiendo la nuestra. Por eso Lezama Lima, poeta cubano "mamón", dijo: "deseoso es aquel que huye de su madre". Para más adelante afirmar: "del cabezazo con las madres sale el planeta centro de mesa". ¡Qué colisión la del planeta hijo con la galaxia madre!
Vicente Huidobro, poeta luciferino y vanguardista, invitó a rebelarse contra la madre naturaleza en su famoso manifiesto "Non Serviam": su rebelión fue no copiarla. El Creacionismo de Huidobro es una forma simbólica de liberarse de la Madre... Pero nunca, incluso en medio de sus heréticas y nihilistas proclamas, dejó de reverenciarla. Por ejemplo, en "Altazor" dice: "mi madre hablaba como la Aurora", o "Madre, cuando hablas se abren puertas luminosas en el infinito". Huidobro no tiene problemas en bailar fox-trot sobre la tumba de Dios (el Padre supremo), pero a la Virgen María la reverencia. Muy nietzscheano sería, pero devoto de la Virgen, o sea, de la suprema Mater.
En sus últimos días, cuando el Antipoeta y Mago ya venía de vuelta de la borrachera de la vanguardia, y su ego estaba golpeado y herido por las guerras, los duelos y la soledad, escribió una poesía menos rebelde y reconciliada con la vida. Hay un poema, "Madre", en que pareciera que todos los clisés de la vieja poesía que el mismo Huidobro quería destruir para inventar lo nuevo, son convocados para hablarle a la madre recién fallecida. Ya no es el Poeta Dios de la poesía, el paladín de la originalidad, sino el niño que llora a su "mamá": "Oh, sangre mía / es inútil tu ausencia / puesto que estás en mis adentros / puesto que eres la esencia de mi vida".
Ese gesto, casi encima de su propia muerte, nos recuerda el de los pilotos de avión en el momento en que están a punto de estrellarse: en la mayoría de las cajas negras, la palabra más repetida, la última palabra registrada es: "mamá". Es un grito: "¡mamá!", el mismo que tantas veces dijimos en la oscuridad, cuando nos despertábamos y no encontrábamos a nuestra madre a nuestro lado. Y es el mismo que te grito ahora, madre, al terminar estas palabras de esta columna que sé religiosamente lees jueves por medio. Tú, madre, me diste el lenguaje y vuelvo a ti con una sola palabra, la primera y la última de todas las palabras: "mamá"...