Nos dicen que enfrentar la realidad es una señal de sanidad y de madurez. Y es cierto. De hecho, la locura es vivir en realidades inventadas. Pero enfrentar la realidad es también un acto de valentía que no siempre podemos o queremos hacer. Hay un mecanismo de defensa muy útil y muy engañoso que se llama "negación". Y consiste en eliminar o minimizar los problemas a los que la realidad nos enfrenta, para resistir, para no sufrir o sufrir menos, para no tener que ponernos en acción, para hacer como si nada pasara. Y, como todo mecanismo de defensa, es útil y necesario. ¡Nadie podría comerse un lomito pensando en el hambre en el mundo o en los niños esqueléticos de países pobres! Pero su utilidad tiene el límite de posponer la acción y/o el dolor a niveles que nos dejan fuera de lo que la realidad necesita de nosotros.
Los problemas nunca son bienvenidos. Y enfrentarlos es a veces imposible en un momento dado. Pero luego, cuando la mente acepta que no puede arrancar a la realidad, nos ponemos en acción ya sea para resolver, aceptar, cambiar esa realidad que nos asusta y nos anticipa el dolor. Por eso la negación es a veces necesaria, es como ponerse el uniforme y el fusil para el soldado que parte a la trinchera. Pero ese soldado no puede, por ejemplo, dormir con uniforme y fusil. No descansaría para la batalla del día siguiente.
Le negación es buena y necesaria si y solo si nos prepara para enfrentar lo que viene. No para saltarnos el dolor ni para minimizar los problemas.
Es importante distinguir entre la negación y la necesidad de distracción frente a cualquier realidad dolorosa. Distraerse es como el recreo del colegio. Seguimos ahí, ya no en la sala de clases pero sí en el mismo recinto, solo que no tenemos que estar atentos a los profesores, ni guardar silencio. El recreo es para descansar la mente, y nos deja mejor parados para poder seguir atendiendo a las clases que vienen.
Tomar recreo de la realidad es una necesidad y es indispensable aprender a hacerlo si queremos preservar la salud física y mental. Lo patológico sería seguir en recreo cuando los demás vuelven a clase. O no salir a recreo nunca, porque estamos en el colegio y el colegio es para estudiar.
Regular el peso de la realidad es un arte y quienes saben hacerlo son más felices y hacen más felices a los demás.