Interés temático que periódicamente ha reaparecido en la historia de la novela chilena es la representación crítica del mundo de opulencia económica que siempre ha disfrutado un reducido sector de nuestra sociedad. Es un camino que cubre cien años: nace a comienzos del siglo veinte con
Casa grande, de Luis Orrego Luco, y se extiende a novelas como
Vendo casa en el barrio alto, de Elizabeth Subercaseaux (2009). Pero en los días que corren nuestros narradores se concentran principalmente en la imagen de los adolescentes que pertenecen a dicho sector social y en los valores que sostienen su comportamiento individual y tribal. La juventud oligárquica de nuestros días ocupa un espacio propio en la novela de los hijos. Sin embargo, sus representaciones literarias no tienen brillo ni resplandores. Como he tratado de mostrar de cuando en cuando en mis comentarios, son harto desconsoladoras.
Dentro de este decepcionante catálogo, los cuentos de Amanda Teillery (Santiago, 1995), reunidos en su primera publicación:
¿Cuánto viven los perros?, están llamados a ocupar un lugar de privilegio. Escritos por una autora muy joven, de edad poco mayor que sus propios personajes, destacan con nitidez sobre otras publicaciones similares debido a la indudable calidad formal de sus modos narrativos. Como consecuencia de ello, ofrecen una galería de imágenes cuyos colores -bastante sombríos, sin lugar a dudas- y cuidadoso delineamiento estilístico admiran y convencen al lector de la verosimilitud de las anécdotas que se desarrollan en su interior. Teillery consigue que aceptemos con naturalidad los conflictos de cada cuento, ya sea que representen las contradicciones, debilidades y torturas del alma de las hijas de los nuevos ricos surgidos a la sombra de la economía neoliberal, o de los descendientes de quienes poseen el sello de esa "clase" con la que desde tiempos coloniales se nace o no se nace, según leemos en la mencionada novela de Elizabeth Subercaseaux.
Las voces narrativas creadas por Amanda Teillery evitan cuidadosamente participar en sus relatos. No necesitan definir o comentar; solo observan lo que sucede a su alrededor con la confianza de no equivocarse, porque también pertenecen y conocen muy bien el nivel social que representan. En lugar de definiciones, sus discursos entregan el tipo de detalles que Roland Barthes habría llamado indicios, porque conducen al lector a niveles implícitos de significado. La soledad, por ejemplo, es el motivo central del cuento que da título al volumen, pero nunca es mencionada en el texto. Tal como sucede en todos los relatos, percibimos los significados gracias a los diálogos y las conductas de los personajes: el embarazo de Carolina en "Como los adultos"; el racismo de clase que manifiestan las conversaciones adolescentes de "Conocer gente es fácil", o los juegos a que se someten otras adolescentes en "Nunca más vamos a hablar de esto". Otro recurso que evita la participación consiste en iniciar el relato con una escena aparentemente baladí, pero de la cual se diseminan las situaciones que dan sentido a la historia. Así sucede, por ejemplo, en "¿Cuánto tiempo viven los perros", "Conocer gente es fácil", "Vacaciones de septiembre" o "El teléfono". O también, el discurso puede comenzar con el desenlace de la historia para desde ahí remontarse al episodio que lo originó y lo explica, como sucede en "Pokemón" o en algunos de los cuentos mencionados anteriormente.
A la vez que ocultan las voces narrativas, estos recursos composicionales sirven asimismo para sugerir que en nuestro país nada queda del divino tesoro de la juventud que poetizaba Rubén Darío. En su lugar se configura una imagen desacreditada de la juventud oligárquica que crece en la sociedad neoliberal de hoy. Fracturas familiares, soledad, miedos, castraciones psicológicas y silenciadas violaciones sexuales, represiones y ansias arribistas, son algunos de los nuevos valores del entorno social y humano en que se desenvuelve. Imagen que se encuentra repetida en muchas novelas actuales, pero que en los cuentos de Amanda Teillery adquiere una renovada energía literaria.