Con mucho de comedia ácida y tratamiento de
thriller, el checo Jan Hrebejk relata en "La maestra" una historia dramática sorprendente, que se inspiró en una vivencia personal.
La película va sobre una anécdota pequeña, del tipo con las que, al fin de cuentas, armamos el puzle de nuestras vidas y con las que los países terminan definiendo sus destinos.La cámara se posa sobre la fachada de un edificio desangelado, que vemos desde la calle, de noche, luego de día. Ya en el estrecho vestíbulo, un gran cartel saludando al glorioso Partido Comunista.
Se trata de una escuela cualquiera de Bratislava, una ciudad más del gran imperio de la URSS. Es 1983. Un hombre algo mayor, de aspecto inocuo -el guardia- ve entrar a niños, y luego -en un salto narrativo a 1984- a un grupo de adultos que van dejando sus abrigos en una suerte de jaula que hace de armario, en una tarde de reunión de apoderados.
El asunto que los convoca ha comenzado antes, con el taconeo firme de una nueva maestra por los pasillos, cuya caminata decidida la cámara sigue en un
travelling que luego sentiremos como una escena casi hitchcockiana. El alumnado acaba de regresar de vacaciones y la directora de la escuela lleva a la recién llegada, la señora Drazdechova (soberbia Zuzana Mauréry), a una sala de clases, donde enseñará matemáticas, ruso y eslovaco. La profesora saca un cuaderno y le pide a cada uno de sus alumnos que, junto con decirles sus nombres, le detallen la profesión o actividad de sus padres. La señora Drazdechova se inserta de este modo -digámoslo así- en la comunidad escolar. La mamá peluquera la peina, la cocinera le hace quequitos. ¡Solidaridad para una pobre viuda! Entre los apoderados también hay alguno que trabaja en el aeropuerto (y ella tiene una hermana en Moscú a la que le encantaría enviarle pasteles), hay un médico, un juez, un almacenero. Con cada cual hace "trueques" y conversa distendidamente, siempre recordando a su amado marido, un fallecido militar ruso, presente en los retratos esparcidos en su departamento.
Sus modos afables y hasta melosos pueden ser muy intimidantes si las cosas no resultan como ella quiere. Pero nada es obstáculo para la señora Drazdechova: cita apoderados a su antojo, los llama a cualquier hora e irrumpe en sus hogares si es necesario. Cuando esta trenza "solidaria" se sale de madre, la directora y la subdirectora intentan tomar cartas en el asunto. El problema es que su autoridad no vale nada ante la nueva maestra: la camarada es la presidenta del omnipotente PC en la escuela. Y tiene contactos en Moscú. "La maestra" funciona como una suerte de "pequeña historia" -esa que no aparece en la prensa ni en publicaciones académicas- dentro del gran relato de lo acaecido en los países tras la cortina de hierro. La cámara de Hrebejk se introduce en los diminutos hogares de personas simples, sin épica posible, que sortean el sistema en el que están insertos sin opción, de la manera en la que cada uno puede. Es la modesta vida diaria en la que vamos conociendo miserias, dolores callados, pequeñeces e injusticias. Un relato coral en el que una chica, Danka, con habilidades para la gimnasia artística, adquiere protagonismo, junto con algunos otros compañeros de la escuela en los que hace foco el director.
En apenas 102 minutos, el espectador va de sorpresa en sorpresa, de la risa al espanto, de la ternura a la desesperación, en una tensión
in crescendo. Porque nada de lo que viene a continuación es previsible ni seguro. Este cuento de abusos, poder, temores y libertades inalcanzables -que se sitúa entre las cuatro paredes de una escuela y las de los departamentos de un grupo de familias- tiene un desenlace, claro. Y va a la par con la Historia, con mayúsculas. Y esa aún no termina. Imperdible.
(En CineUC hasta el 20 de mayo).