La sociedad humana es una red compleja de posiciones asimétricas. El profesor y sus alumnos, el jefe de la empresa y los empleados, el sacerdote y los feligreses, el médico y el paciente, el experto y el lego, el rector y los profesores, el carabinero y el ciudadano, el juez y los inculpados, el padre y los hijos, el grupo y un individuo, la gran tienda y el consumidor, siempre, a cada rato, estamos involucrados en vínculos en que existe un desequilibrio, ocupando a veces en un mismo día la posición de mayor poder o fuerza y otras la de menor.
La pregunta que cabe hacerse es si Chile es una sociedad particularmente abusiva, en el sentido de que toda persona que se encuentra en la posición de mayor poder, aunque sea una ventaja mínima, se inclina a emplearla de modo de provocar una lesión innecesaria, como si ese plus fuera la revelación que hace visible su posición asimétrica. Es un asunto cotidiano; no es necesario esperar que ocurra el gran abuso.
A veces, es nada más que una conjetura, observo una cultura atávica del abuso que, quizás, tiene su origen en nuestra formación como nación durante la Conquista y la Colonia. Leyendo historia nacional es posible percatarse de que es un esquema común -un patrón social de conductas- que la víctima de un abuso lo replica convirtiéndose, a su turno, en abusador en el ámbito en que, al contrario, él se halla en una posición de superioridad.
El desafío sería, entonces, trabajar desde la familia, la escuela, el trabajo y las políticas públicas para desactivar esa cultura.
Es claro que, por ejemplo, el cambio del sistema procesal penal operó una transformación cultural que marca un antes y un después. Pero es insuficiente: el abuso del juez secreto y omnipotente ya no es posible, pero, aunque con menor relevancia, hemos sido testigos del abuso del fiscal o de la policía, siendo, por lo mismo, esencial, en esta instancia que aborda solo los abusos criminales -una porción minúscula de los abusos sociales totales-, el papel del juez de garantía, de la defensoría pública y la educación del ciudadano. Lamentablemente, esta reforma privó al juez de policía local de una serie de competencias respecto de conflictos en apariencia mínimos que, en los hechos, han dejado de ser perseguidos, instalando a nivel comunal y vecinal un "pequeño" abuso que puede escalar fácilmente.
Un ámbito donde todavía falta mucho por civilizar es en el abuso del lenguaje, esa licencia que el poderoso siente para, sin caer en la injuria o calumnia, decir, impunemente, la cabeza de pescado que se le viene en gana. La réplica argumentada y colectiva es la mejor sanción.