La exclamación más famosa de las "cachetonas" que iban a París (no se ofenda, Madame, que el término alude a "
cachet et ton", cosas ambas muy recomendables de tener...) era "¡Ver París y morir!". Hubieran gritado mejor "¡Comer en París y morir!"...
El asunto es claro. Si los últimos balbuceos del muriente se entorpecen por tener la boca llena de "
canard à la presse" de La Tour d'Argent, se garantiza el buen tránsito al otro lado (sólo el tránsito; después, sepa Moya). O si el bocado es de "
steak au poivre et frites", corriente en cualquier bistró, la misma cosa. Esto de morirse comiendo es cuestión merecedora de más atención y asombro. Veamos.
Se ignora cuáles eran los platos preferidos de Rousseau, siempre quejoso y eternamente perseguido (o así le parecía a él). Se sospecha que, a guisa de buen ciudadano suizo, amaba las lechosidades, como se deja ver en su novela
Julie (la lata más atroz de las letras francesas, capaces, en este orden de cosas, de darnos a un Proust), donde describe un "
gôuter" compuesto casi exclusivamente de yogures, quesos, cremas, leches, quesillos, mantequillas, requesones, ricotas y análogos. Sea ello como fuere, el bribón se redime con una historia estupenda. Cierta vieja, con seguridad su pariente, entró en trance de morir y llamó al cocinero para componer un menú digno de la ocasión. Según la usanza de aquellos años, había sopa, una bandeja de ostras, dos elaborados "
entremets", verduras a la crema, asado de vaca con ensaladas, quesos, postres y frutas. Pero el cálculo de la veterana pecó de optimista, y viendo que se le iba la vida inopinadamente, comenzó a gritar con las ultimísimas fuerzas que le quedaban: "¡Apurarse con el postre, que me muero!".
La otra historia seguramente nos merecerá las sempiternas iras del "
Institut", al menos del santiaguino. Es fama que Goethe, enceguecido en sus últimos años y debatiéndose con la Parca en su lecho, pronunció un último, glorioso y muy romántico "¡Más luz!" antes de morir. Como no hay nadie en el mundo como un valet para contar indiscreciones y decir verdades, el de Goethe informó a la caterva de sus adoradores que el gran hombre, en aquellos momentos finales, había ordenado un café a la vienesa y pidió más crema con un "¡
Mehr Licht!", "¡Más luz!", según el uso de los cafetómanos en Viena. Y capotó. "
Se non é vero, é ben trovato".
Dejaremos de tocar aquí la tecla fúnebre para seguir la vena del último café de Goethe. Porque es triste que, aunque en Chile crece el gusto y conocimiento del buen café, todavía éste no se traduce en buena repostería. Comencemos a reparar esto.
Crema al café
Bata 75 gr de queso crema con 2 yemas, 2 cdas de azúcar, 2 de crema. Mezcle con 1 cda de café en polvo y añada 2 claras batidas a nieve. Vierta en potes, refrigere y sirva.