Si la administración de justicia chilena es tan criticada, quienes disparan dardos contra ella deberían leer
Una novela criminal , de Jorge Volpi, que no solo deja por los suelos a la judicatura mexicana, sino que embiste contra la institucionalidad de su país en forma radical, por lo que al finalizar este extenso libro casi no queda títere con cabeza. Volpi nos dice desde el comienzo que este título es una novela de no ficción o novela documental, basada en un cien por ciento en hechos reales. Dada la situación imperante en la nación azteca, tenemos que creerle y le creemos, sobre todo, por la abrumadora cantidad de antecedentes que proporciona a lo largo de esta historia.
Una novela criminal se centra en el juicio seguido contra Israel Vallarta y la francesa Florence Cassez, supuestos dirigentes de una banda de secuestradores, pero consultando el índice nos encontramos con que circulan no menos de 150 personas. Como se comprenderá, es literalmente imposible recordar a tantos individuos, de modo que para entender parte de este laberinto es forzoso enfocarse en la dupla de Vallarta y Cassez. Ambos fueron detenidos a fines de 2005 por la policía, que actuó de consuno con el Ministerio Público y la televisión estatal, la que culpabilizó de forma estridente a la pareja; ambos sufrieron interminables sesiones de tortura; ambos permanecieron incomunicados y sin acceso a abogados durante mucho tiempo, y ambos sufrieron un montaje procesal caracterizado por la acumulación de pruebas falsas, entre ellas deposiciones de testigos que declararon mentiras; en fin, ambos fueron sometidos a un juicio plagado de contradicciones y aberraciones de tal calibre, que terminamos con la impresión de que en ninguna parte del planeta, salvo la patria del escritor, esto habría sido posible. Y lo dicho es la mínima fracción de una totalidad muchísimo más grave: en esta monstruosidad judicial, las autoridades inventaron una asociación ilícita, el grupo de los Zodiacos, del que habrían sido líderes Vallarta y Cassez, de manera que la persecución en contra de ellos se extiende a muchos otros hombres y mujeres. Peor aún: en
Una novela criminal queda fehacientemente demostrada la responsabilidad del Presidente Felipe Calderón en esta mascarada legal que todavía sigue su curso. Florence tuvo más suerte que Israel, algo relativo, porque estuvo presa más de siete años, en tanto que su presunto cómplice sigue bajo rejas. Nicolás Sarkozy tomó la causa de ella en forma personal, y en la campaña que desplegó también participaron numerosas luminarias galas y altos dignatarios de la Iglesia Católica. Finalmente, tras un calvario consistente en traslados de cárceles, amenazas de todo tipo, sentencias fraudulentas, la causa llegó a la Corte Suprema del Distrito Federal, organismo que, en fallo dividido, acogió el último recurso en favor de la reclusa. El magistrado que redactó el dictamen introdujo el concepto de "efecto corruptor" para referirse al conjunto de vicios que invalidaban el enjuiciamiento.
Como resumen de
Una novela criminal , esto es parcial e insatisfactorio, puesto que, a pesar de que Volpi exprese que su obra es una síntesis de los acontecimientos, mezcla tantos elementos y mete a tanta gente que, en un principio, la narración podría pecar por enredo, si bien esto es apenas un juego extra de Volpi. Para que este relato logre atraparnos sin piedad, es preciso esperar más o menos hasta la mitad de él. Volpi es excepcionalmente prolífico, ha publicado más de 20 trabajos literarios de diversa índole y resulta evidente que se toma en serio, lo que ha demostrado una y otra vez gracias al talento y la versatilidad de sus creaciones. Pero también queda a la vista que posee sentido del humor, y esto se nota claramente mientras trata un tema horrendo: pese a ello, consigue que sonriamos ante situaciones que nada tienen de divertidas.
Un problema de
Una novela criminal reside en algo que Volpi remacha con insistencia: estamos ante un esfuerzo de investigación, una empresa de rigor periodístico, un impulso por llegar a la verdad. Pues bien, tanta información, a ratos proporcionada de modo desordenado, puede confundir y eso es precisamente lo que en ocasiones ocurre con este dilatado volumen. Asimismo, por más que el prosista nos manifieste que su papel es el del ojo que se pasea sobre los sucesos, no es así: permanentemente interviene en la acción y evoca las diferencias entre el narrador omnisciente del siglo XIX y el actual; además, emite opiniones, teoriza y lanza invectivas de toda índole; por consiguiente, no hay ni puede haber objetividad o, en otras palabras, él se convierte en uno de los personajes centrales de la trama. Con todo, hay algo más perturbador en esta intervención directa del autor y lo que está componiendo: a poco andar, nos damos cuenta de que Volpi ingresa a un territorio dinamitado al retratar un universo que nadie había reflejado antes. Es, por lo tanto, natural que frecuente o tenga pase libre para acercarse a los poderosos; es inevitable que en esta intriga internacional compitan el glamour y la publicidad, y resulta insoslayable la aparición de celebridades; en síntesis, hay una dosis de sano narcisismo. Esto es, por cierto, completamente normal, si bien se contradice un poco frente a un texto tantas veces definido como apegado a la objetividad. Entonces, estamos ante una intriga fascinante, que se lee como un buen
thriller .