En la estela del "Diccionario de ideas recibidas" que cierra la novela que Flaubert dejó inconclusa,
Bouvard y Pécuchet, Juan Andrés Piña publicó en los noventa su
Diccionario de lugares comunes, en donde recogía una contundente selección de aquellas frases que permiten continuar una conversación dejando de lado el contenido. Es decir: pura forma, aire, ruido más que sonido, como el clásico diálogo con el taxista que comienza con el reporte del tiempo, a las que se suma la familia de "los chilenos somos así", que encuentra una buena fuente en la letra del himno nacional. Piña ahora recopila otra serie de términos y frases de uso común, pero más en línea, como escribe Roberto Merino en el prólogo, del
Diccionario del argentino exquisito, de Adolfo Bioy Casares. La línea de selección pasa por el giro innecesario, el adorno injustificado, la preferencia por lo complicado en desmedro de lo simple, como bien se queja Fernando Lázaro Carreter -otro agudo observador del lenguaje de la prensa- en la entrada "El mismo, la misma", uno de los peores excesos de la redundancia que suele verse amplificado con un "el mismísimo" si el personaje de marras es importante. La mayor parte de los ejemplos (a veces muy extensos) provienen de la prensa escrita y de la televisión.
El libro es un recorrido por el modo en que la corrección política, el afán extranjerizante, el simple deseo de producir algún efecto retórico o el consejo aquel de no repetir la misma palabra en un párrafo ("prefiero que un periodista coloque siete veces la palabra poeta en un mismo párrafo, antes de que use vate para evitar la repetición", dice un editor de la plaza) se expresan en un lenguaje que suena muy extraño si se lo analiza con cuidado; el asunto está en que tendemos a naturalizarlo rápido. Hay algunos ejemplos muy graciosos. Arder en llamas por arder, por decir uno. Otros son reales esperpentos lingüísticos, como usabilidad. La complicación por las puras es apabullante en vivenciar, visibilizar, etcétera. El eufemismo rampante en "faltar a la verdad", cuando se trata de una mentira. El eufemismo es especialmente penoso cuando se refiere a prácticas intolerables, como "apremios ilegítimos" o "interrogatorio intensificado" por tortura. En ese sentido, el libro de Piña va más allá de las prácticas lingüísticas y se convierte en una radiografía social muy expresiva del carácter criollo y de cómo algunas conductas aspiran a esconderse detrás de rebuscadas palabras. "Desvío de fondos", por ejemplo: mejor hablemos de robo.
Juan Andrés Piña
Lolita Editores,
Santiago, 2017.
172 páginas.