No por repetido el eterno ciclo de Pablo Guede deja de ser increíblemente atractivo. El entrenador de los albos parece encontrar en este escenario el mejor momento para su exposición profesional y su verborrea. Su loop es simple: gana sin apelación, minimiza a sus rivales, obtiene el máximo rendimiento de sus jugadores y se refocila en la conferencia. Es tanta la reiteración que ya domina a la perfección todos los códigos. ¿Por qué no hace lo mismo antes rivales mucho más abordables? Pues porque así es el fútbol, repite incansablemente, sin dar -obvio- con la clave que aleja tanto a su elogiado plantel del mejor rendimiento cuando el adversario no es ni la U ni la UC.
Esta victoria no garantizaba un despegue ni nada por el estilo. Es, otra vez, el impulso para salir del pozo, pero los errores se reiteran: no hay claridad sobre la continuidad de Guede ni la de Mosa, y el cartelito pegado en la puerta del vestuario tras el pleito denota que pese a la angustiosa semana vivida en Pedrero hay en ese entorno mucha soberbia y prepotencia latente.
Esteban Paredes no hizo goles en siete jornadas (donde el Cacique extrañó su talento y capacidad de definición), pero bastó que al frente estuviera Johnny Herrera para que se despachara a sus anchas con el repertorio habitual para darle el impulso necesario a su equipo y triunfar con brillo. Por el contrario, el capitán y referente azul repitió una consigna absurda tras consagrarse la derrota: la culpa la tuvo el árbitro.
Angel Guillermo Hoyos es un técnico de discurso espiritual, cercano a lo místico. Por eso llama la atención la falta de contención que sufre su plantel en momentos claves. El año pasado sufrió un tobogán emocional en el partido contra el Audax que les significó perder el título. Esta vez, David Pizarro trataba de borracho a Valdivia recién iniciado el partido, Pinilla y Beausejour se enfrascaban en la más vergonzosa pelea de los últimos tiempos, Reyes cometía un error absurdo y el equipo en general se vio falto de entereza y madurez cuando la mano le venía en contra. Un fenómeno que, reiteramos, se repite. Estaría bueno, además, que el mismo Hoyos detuviera el bullying al que someten sin piedad a Soteldo.
La U juega más lento y de manera más conservadora en el torneo local que en la Libertadores; Colo Colo juega mejor cuando regala el favoritismo, lo que justifica las lisonjas que Guede les dispensa a los adversarios en la previa, aunque sean de poca monta. Los veteranos albos tienen más temple y manejo que cualquier otro jugador del medio local para administrar las tensiones, por lo que resulta inexplicable su paupérrimo rendimiento en la Libertadores. Y, cuando un árbitro no corta el juego, los jugadores terminan descontrolándose: este clásico tuvo mala intención y violencia. Todas conclusiones conocidas, lecciones aprendidas que, sin embargo, no le restaron atractivo a un clásico que nuevamente tuvo condimentos sabrosos.