Yayo es el apelativo con el que solemos llamar a nuestros abuelos y debido a eso es que lleva el nombre de la primera novela de Hugo Forno (1970). Entre las muchas gracias que este libro tiene, la más sobresaliente de todas es que cuenta mucho diciendo poco. El volumen es escueto, no hay un solo capítulo que ocupe una página entera y algunos apenas consisten en un par de frases, otros en un cuarto de carilla; en fin, varios de ellos se leen como antes leíamos los telegramas, apurándonos para saber en qué consiste el mensaje. Además, como si en lugar de estar escribiendo una historia muy menor, Forno estuviese componiendo
Guerra y Paz , su debut novelístico consiste en cinco partes, separadas por vastas secciones en blanco, de modo que la cantidad de texto es muy inferior a lo que realmente se nos muestra. No debe creerse que esto implica arrogancia o protagonismo autoral, sino todo lo contrario:
Yayo , aparte de su brevedad, es un tomo modesto, sin pretensiones, cálido, sencillo, y probablemente, sin que el propio autor se dé cuenta, pertenece a esa categoría de obras publicadas como pidiendo permiso para hacerlo, permiso que, dicho sea de paso, cualquier lector le concede enseguida.
Yayo es Diego Naranjo Blanco, oriundo de Valencia que llegó a Chile al comenzar la década de 1950, donde en un principio se estableció en Cerrillos, para luego desplazarse a comunas más prósperas, como Providencia o Ñuñoa, haciéndose cada vez más rico, gracias al taller de reparaciones de automóviles que dirige. Su nieto Hugo es quien nos relata las arduas peripecias iniciales, su gradual ascenso socioeconómico, su difícil carácter de hombre duro, hasta que llegamos al final, una sorprendente coda en la que nos enteramos de un pasaje realmente escalofriante en la vida del Yayo. Al contrario que la inmensa mayoría de inmigrantes españoles que llegaron a Chile huyendo de la derrota republicana, la familia de Diego Naranjo es franquista de la cabeza a los pies. De hecho, cantan los himnos falangistas, idolatran al Caudillo y a quienes le rodean, participan de los festejos nacionalistas y odian todo lo que huela a rojo, comunista, bolchevique, ratas rusas y ciertas cosas peores. Y si bien hay escasos y cortísimos episodios que reflejarían ciertas dificultades sufridas por los parientes de Diego Naranjo, nunca sabremos con claridad por qué, en vez de quedarse en la Madre Patria, optaron por venirse al último rincón del mundo.
Yayo se inscribe claramente dentro de un tipo de literatura que hoy está en boga y que generalmente ha entregado positivos resultados: el relato autobiográfico. Así, debemos comprender que todo lo que pasa en
Yayo es un segmento, parcial o amplio, de la misma existencia de Hugo Forno. Y esta forma de construcción a partir de retazos, fragmentos, jirones del tiempo perdido, es lo que otorga una particular fuerza emotiva y una idiosincrasia tan especial a
Yayo . Por lo tanto, esta trama bien puede ser el ensayo preliminar de un trabajo mucho más ramificado y complejo o quedarse solamente en el bosquejo.
Como sea, Forno ha escogido momentos significativos junto a otros que podemos pasar por alto, pasajes que permanecen en la memoria al lado de incidentes irrelevantes, encuentros y desencuentros inexplicables, nacimientos, matrimonios, separaciones, funerales y numerosos sucesos más, que increíblemente caben con holgura en una intriga minúscula como
Yayo . Y Forno siempre lo hace con tino, con prudencia, y claro, mediante una mirada en la que, de modo incontestable, prima el cariño, puesto que al fin y al cabo está hablando de algo que solo él, miembro de este grupo tan heterogéneo, puede conocer, y vaya que lo conoce bien.
Transmitir emociones es hoy una tarea cuesta arriba cuando estamos sumidos en una revolución tecnológica que durante las 24 horas del día nos brinda toda clase de estímulos; despertar interés mientras todo el mundo está hipnotizado por las series del cable cuesta mucho; conseguir nuestra adhesión y entusiasmo en circunstancias de que a cada rato somos bombardeados por la alienación; en fin, demostrar que un ejemplar impreso vale tanto o más que el ataque de las imágenes, es una empresa seria y aun en la escala reducida de
Yayo , Forno obtiene un testimonio singular y humano.
Tal vez el incidente más asombroso de
Yayo sea el recuerdo de la masiva participación de tropas hispánicas de selección en las batallas que, durante la II Guerra Mundial, Hitler libró en contra de los soviéticos. Diego Naranjo y su hermano Sebastián tomaron parte activa en esta odisea, lo que se tradujo en que tuvieron que cruzar numerosas fronteras, sufrir inviernos crudísimos, ver morir a muchos de los suyos, sobrevivir a duras penas, pasar jornadas enteras sin comer nada, hacer frente a enfermedades o pestes surtidas y sobrellevar ataques terrestres y aéreos, sin estar jamás cerca de Leningrado, sitiada por las fuerzas armadas del Tercer Reich. El regreso a la nación llega cuando ya es inminente la derrota nazi y por ello, aunque Diego reciba una ostentosa condecoración, estas vidas mínimas cobran un vigor y una fuerza descomunales. Su porvenir entre nosotros ya lo sabíamos desde el comienzo de
Yayo, al entrar en una domesticidad que poco tiene de heroica. Sin embargo, nada en esa aparente calma, en ese indiferente transcurrir, podía indicarnos la sobrehumana capacidad de supervivencia de Diego y Sebastián. Y quizá aquí encontramos lo mejor de este título que debería llamar más la atención.