De todas las estaciones del año, la primavera ha sido la predilecta. La mayoría de la poesía y las canciones alaban el inicio de la primavera como la llegada de la alegría. Y es razonable. Llega la primavera y se expanden los sentidos. El otoño, en cambio, se asocia a la decadencia. Para los profesionales que trabajamos en salud mental, la primavera es el tiempo más difícil. Y se entiende. Cuando alguien pasa por una pena, una pérdida, cuando tiene miedo de la vida o de sí mismo, cuando la acumulación lo tiene extenuado, la primavera puede ser una mala noticia.
Porque no vivimos solos. Somos seres sociales y la mayoría vivimos en cuidades donde el estado de ánimo en la calle y en las tiendas y en los lugares de trabajo nos influye más allá de nuestra voluntad y de nuestra conciencia. Las personas cambian los colores de sus vestimentas, salen y hacen vida social con más frecuencia, y caminan por la vida menos defendidas, porque el frio le impone al cuerpo una postura que la primavera cambia.
Es interesante constatar que las depresiones aumentan cuando es primavera. Y en particular las depresiones femeninas. Se ha estudiado mucho el tema y la neurociencia se va haciendo cargo de conocer los cambios que se producen en el organismo cuando cambian los estados de ánimo y cuando cambia el entorno. La explicación más aceptada hasta hoy es que es el contraste entre lo que sentimos en el cuerpo y en el alma lo que hace que la depresión aparezca. Cuando el mundo esta oscuro y frío, soy una más de todas. Cuando el mundo se llena de colores y mi alma sigue negra, ya no soy como todos o todas. Puedo sentir mi propia fragilidad, mi falta de reacción ante las flores que inundan jardines y calles.
El otoño es, para mí en lo laboral, un tiempo de gloria. ¡El otoño es tan parecido a la vida! Cambiante, impredecible, nos regala sol y lluvia, nos permite los intermedios sin excesos. Y nos castiga menos. Porque también el otoño trae menos enfermedades. Es una estación que se parece a los hombres de hoy.
Ojalá algún gran poeta haga una oda a esta estación humana, tranquila, hasta fome, que tanto bien les hace a nuestras mujeres.
Todos, salvo los artistas, queremos pertenecer. Y el otoño es, sin duda, lo más parecido a nosotros. Además es cuidadoso. Nos expone lentamente al peligro del frío que viene, para que no nos duela la pérdida de la luz y el sol. Para que estemos preparados. Como si fuéramos aún los niños que se asustan ante el cambio.