Muestrario de verdad interesante de la evolución de Patricio Court, entre 2013 y 2017, resulta su actual exposición de la Corporación Cultural de Las Condes, que a continuación se presentará en el Centro de Extensión de la Universidad de Talca. Aunque de maneras suficientemente distintas, continúa utilizando el pintor sus materiales habituales: soportes de madera, cartón, sacos de yute, amasijo de acrílico industrial, arena o polvo de mármol para sus blancos, ocres, escarlata oscuro, amarillos y negros. Se disponen ellos mediante un ritmo de planos contrastados y de una geometría muy libre. Sin embargo, ¡cuán marcadas diferencias se van notando a los largo de estos cinco años! Los trabajos de fecha más antigua demuestran, de ese modo, un ordenamiento rítmico ordenado, regular de rectángulos, de trazos rectos, verticales u horizontales, a veces paralelos o provistos de curvas irregulares. En formato mediano, su quietud lineal hace recordar los diseños más comunes de los tejidos precolombinos.
El cambio durante 2014 es manifiesto. Hay mayor movilidad en las superficies, gruesas líneas negras delimitan los campos escarlata rebajado o blanco amarillento, mientras los poderosos y bien definidos trazos curvos adquieren la agresividad de un signo. Dentro del nivel de calidad mantenido en la producción global de Court, el año siguiente pareciera manifestar, salvo algún bonito ejemplar, cierta merma en la plenitud visual anterior. 2016 sí trae conquistas numerosas. Desde luego, el empleo protagónico de los envases agrícolas al natural, con su rica textura, con la aspereza substanciosa de sus hilachas y suturas de unión, con el verde de sus bandas impresas de identificación. Las dimensiones de los cuadros aumentan, a la vez que se advierte cierta inquietud dinámica en la composición.
Esta última característica, precisamente, se convierte en el atributo más digno de admirarse durante 2017. En efecto, junto a los tan adecuados formatos grandes, se agrega el reinado de las diagonales, de los ritmos de superficies sincopados -a contratiempo de lo acostumbrado antes--, de la atractiva bastedad del saco y su aporte verde, de la contribución protagónica de las filas de cabezas de clavo que afirman las planchas de soporte. Así, las vigorosas formas geométricas de siempre adquieren, ahora, una potencia móvil incesante; pareciera que su dinamismo imparable proyectara las imágenes abstractas hacia afuera de los límites materiales de cada cuadro. La capacidad creadora del expositor alcanza aquí, sin duda, una cumbre. En otros momentos, esta movilidad se apacigua, consiguiendo sus visiones una resonancia arquitectónica.
Patricia Vargas entrega su obra de 2016 en el Museo de Artes Visuales. Más allá de que pudiera parecer obsesiva, la reiteración de un único modelo a lo largo de 164 dibujos de formal sobriedad --sobre papel, lápiz grafito sin color- se convierte en el sentido homenaje a un ser querido. Lo protagoniza, de medio cuerpo inmóvil dentro de su lecho, un enfermo durante la última etapa de su vida. Al parecer, se halla captado a través de las variaciones innumerables de una visión continuada. El interés se centra, pues, en las líneas impecables del rostro doliente y de la posición de las manos. En algunas ocasiones su perro se acomoda junto a él con naturalidad y encanto. Por cierto, en la prolongación de la serie, más que osadía temática hay una grandeza emotiva que sobrecoge.
Además, la expositora entrega un conjunto numeroso de pinturas también de carácter intimista. Giran ellas alrededor de un mismo personaje: una joven en pleno alejamiento de su niñez cercana. Tanto esta muchacha como las peculiares posturas con que adapta su cuerpo a sillas y sillones traen de inmediato el recuerdo de las juveniles heroínas del célebre Balthus. Claro que aquí la protagonista se encuentra lejos de las sugerencias perversas que se le atribuyen al franco-polaco. El mostrarla solitaria dentro de su casa no impide ciertos arranques de índole onírico, como entre peces junto al mar, recostada en un nido de ramajes, durante una particular visión angélica, en caída libre rumbo al suelo, tres veces secuestrada por un águila al modo de un Ganimedes femenino, acaso esta la imagen concurrente más débil. En cambio, poseen particular atractivo las escenas con perro o la oportunidad en que se ve a la chica sentada con la punta de los zapatos hacia adentro, o en las que sin más trámite cae. Hermosos y particularmente bien pintados sobresalen dos trabajos: el con la muchacha que, con los brazos abiertos casi vuela sobre el sillón rayado; el asunto especial de un árbol con el cromatismo de los brotes. Sin duda, Patricia Vargas sueña ante sus protagonistas.
Materia urbana
Patricio Court y su 2017, capaces de coronar una antología de cinco años.
Lugar: Corporación Cultural de Las Condes.
Fecha: hasta el 20 de mayo.
Vuelo vertical
Patricia Vargas, homenaje al hoy y al ayer inmediato.
Lugar: MAVI.
Fecha: hasta el 27 de mayo.