"A veces a algunos les molesta que Universidad Católica esté arriba. Sabíamos que iba a ser difícil llevarnos algo de acá porque siempre nos juegan en contra", disparó Luciano Aued, después de la derrota. "Cuando Católica pierde hay una crítica más grande", ironizó Beñat San José, conociendo -paradójicamente- por primera vez la derrota en el torneo y lamentando que el clásico se haya definido por un "penal que no existió". Juan Tagle, el presidente del club, aventuró que la presión de Guede y Mosa condicionó el arbitraje del mundialista Bascuñán, lo que no fue avalado por los muy correctos José Pedro Fuenzalida y Branco Ampuero, que en declaraciones muy sensatas comprendieron el error y asumieron falencias propias para justificar la derrota.
De nada sirvieron las lisonjas previas sobre el colega entrenador o sobre las virtudes del rival, porque a la hora de analizar las derrotas, siempre es lo mismo: no hay mérito en la vereda del frente, sino solo complots referiles, desconcentraciones propias y manipulaciones de la prensa. Un arte que Colo Colo maneja a la perfección y que, en uno de sus partidos más correctos de la temporada, los dejó sin elogios del adversario, porque el análisis global de su superioridad quedó reducido a la sospecha del penal. No deja de ser extraño que en San Carlos hayan hecho tantas pruebas en las primeras seis fechas para cambiar radicalmente el esquema en la séptima.
Dejando de lado la enervante majadería de las conferencias de prensa, habrá que convenir que los albos demostraron -otra vez- ser un equipo de irreprochable lectura táctica en este tipo de partidos, donde la experiencia de sus mejores figuras marca una ventaja insuperable. Es verdad que los cruzados tuvieron dos opciones claras en el lapso inicial, pero la supremacía en el juego fue demasiado ostensible para los locales, disminuida en la fracción final solo por esa marcada tendencia del Cacique de dosificar y entregar la iniciativa al rival para mejor administrar sus propias energías.
Esta semana, en Copa Libertadores deberían ratificar su gran chance de avanzar superando con holgura a Delfín, un equipo al que costará encontrarle adjetivos deslumbrantes a la hora de las definiciones previas. Una contundente diferencia de goles sería aconsejable para evitar sorpresas en un grupo que los albos deberían seguir agradeciendo, pero que amerita una suma de nueve puntos en los próximos tres encuentros.
Es extraño, pero como en Chile todos los actores creen que el campeonato está arreglado o hay actores ocultos (y jamás individualizados) que condicionan los arbitrajes y los resultados, la mirada más lógica sería sospechar que en el plano internacional, donde nosotros somos los chicos y débiles, la cosa debería ser peor. La U ya ha dejado en claro que las fuerzas no le alcanzan para los dos frentes, por lo que ha iniciado una dosificación que pone a prueba la generosidad de un plantel tan alabado por sus rivales, que verían con buenos ojos disponer de un muletto para la competencia local.
Desde afuera, lo que provoca inquietud no es ni el nivel de los arbitrajes ni las confabulaciones ideadas para hacer caer a los más grandes, sino esa infinita capacidad para ponerse a dosificar energías y bajar las revoluciones cuando la temporada recién está comenzando.