Alphonse Daudet narra la condenación de los asistentes a las tres Misas de Navidad. He aquí la historia.
Recordará Su Mercé que, en Navidad, los curas pueden decir tres Misas: a medianoche, al amanecer y a mediodía, sucesivamente o todas juntas. Esto último decidió hacer el capellán de cierto castillo francés para llegar pronto al banquete navideño de medianoche. "¿Dos pavos trufados, Garrigou?", preguntaba, incrédulo, al monaguillo. Agregaba éste: "Y del estanque han traído muchísimas truchas". "¿De qué tamaño las truchas, Garrigou?". "Así de grandes, ¡enormes!". "Garrigou, ¿tienes listas las velas?".
Tal era en la sacristía el piadoso diálogo. Llena la capilla de invitados, tocadas las campanadas correspondientes, salió el cura a despachar la primera misa, con dificultades de concentración: pavos, trufas, truchas... Se le hacía agua la boca y el latín salía, pero aguachento. El ritmo se fue acelerando, aunque se guardó cierta compostura litúrgica. Para la segunda Misa, el cura bajó corriendo a los pies del altar y comenzó de nuevo, saltándose algunas oraciones más largas, galopando por la epístola, dando vuelta febrilmente las páginas del misal. Los fieles no alcanzaban a seguirle el tranco, se perdían en sus devocionarios, sonaba la campanilla a destiempo. En fin: en medio de los aromas de asado que venían de la cocina, se terminó la segunda misa. La tercera ya fue presa de la gula desatada: los devotos no olían menos que el cura los perfumes culinarios, y sin siquiera tratar de mantener las apariencias, alentaban la velocidad. El cura gesticulaba y decía "Doms... cum", mientras el monaguillo respondía "stu tuo...", y corría con el misal para allá, para acá, y salpicaba con las vinajeras y las genuflexiones no terminaban cuando ya se estaba en el alzamiento, y las bendiciones sobre el altar eran un enredo incomprensible. Finalmente, con expresión triunfal y corriéndole el sudor por la frente, el cura se volvió para anunciar "Ite, Missa est", tras lo cual salió corriendo a la sacristía a quitarse los ornamentos y los fieles se lanzaron a los comedores, a tomar buenos asientos.
Resultado: todos aquellos golosos se condenaron al fuego eterno por festinar las cosas santas. En la capilla, ahora en ruinas, suele verse, por Navidad, cirios que circulan, fantasmas que se arrodillan, débiles campanas de fúnebre sonido...
Hoy las misas se apresuran, se acortan, se redondean y la gente sale disparada, y eso que le espera, a lo más, un almuerzo de rollo de jamón con palta y lechuga, y una empanada de horno, mientras el cura se embucha su acostumbrada bazofia.
Veamos, en cambio, un plato de aquella célebre Nochebuena.
Codornices en canapé
Limpie las codornices. Reserve y pique los higaditos. Mézclelos con uvas sin pepas partidas por la mitad. Sal, pimienta. Rellene con esto las codornices, embadúrnelas con harta mantequilla. Áselas 25 minutos. Sírvalas sobre rebanadas de pan frito en mantequilla, rodeadas de uvas fritas de igual modo.