Los caballeros negros , de Luisa Eguiluz (1935), y
Siamesas , de Felipe Valdivia (1985), persiguen, cada uno a su manera, sacar al lector de su contingencia inmediata para sumirlo en mundos insólitos, sea por su magia y misterio o por ofrecer alteraciones radicales de la normalidad cotidiana.
Con
Los caballeros negros, Luisa Eguiluz obtuvo en 1991 el Tercer Premio en los Juegos Florales Gabriela Mistral de Vicuña. Ese mismo año, la novela fue publicada por editorial La Trastienda y mereció comentarios críticos bastante elogiosos. Ahora la reedita Chancacazo. No sé si su texto ofrece modificaciones, pero, sea como sea, es un relato que merece la atención de los lectores. Con gran pericia narrativa y un lenguaje cuya notoria calidad artística lo demuestra capaz de transformarse a sí mismo, creando su propia sintaxis o aproximándose a la expresión lírica, según sean las necesidades del relato, Luisa Eguiluz diseña en menos de cien páginas un sorprendente espacio de ultratumba nacido del diálogo de los muertos que reposan en las bóvedas del Cementerio General de Santiago. Las palabras de los difuntos producen un concepto maravilloso del tiempo donde pasado, presente y futuro constituyen una sola dimensión y de donde se desvanecen los límites de lo material y lo sobrenatural, al punto de que en determinadas oportunidades personajes vivos y difuntos pueden alternar e incluso enamorarse. "Te he esperado toda la muerte", declara una de ellos a su amante vivo mientras transcurre una fantasmal noche de los vivos y los muertos. Por su parte, el discurso de la voz narrativa contribuye con éxito a crear esta atmósfera de extraña superrealidad alterando las percepciones del lector y provocando así la incertidumbre, el efecto de lo fantástico por excelencia.
También la historia de
Siamesas es transmitida con un discurso formado por distintas voces que, a pesar de dialogar entre ellas, tienen al lector como el destinatario de un proceso narrativo común: la existencia de Florencia y Paulina Fuentes Merino, dos hermanas que comparten un cuerpo con dos cabezas. La estructura narrativa que se forma por la alternancia de las voces de Florencia y Paulina con las de Juan Carlos y Mónica, sus padres, y también Julieta, una compañera de curso, funciona con gran efectividad artística para crear la atmósfera de amor, compasión y malsana curiosidad que rodea a las hermanas siamesas y, a la vez, produce la impresión de una cronología en la que, al igual que en
Los caballeros negros , se funden los tiempos y las atmósferas permanecen. El diálogo de los personajes informa al lector sobre las circunstancias que provocaron el embarazo de Mónica; las reacciones de los futuros padres al enterarse de las malformaciones del feto; la fecha del nacimiento de Florencia y Paulina y de las experiencias que van marcando su niñez, adolescencia y juventud, particularmente las que se relacionan con la vida sentimental y sexual; y el inevitable destino que las convierte en objeto de la hipócrita curiosidad de los medios de comunicación. Precisamente, su entrevista televisiva con Don Francisco constituye el núcleo narrativo al cual se subordinan los demás episodios del relato y en donde se resumen las antítesis radicales que sostienen la historia, simbolizadas con la figura bicéfala de sus protagonistas.
A pesar de sus diferentes modos de interpretar la realidad y de la indudable mayor riqueza de lenguaje que ofrece
Los caballeros negros , ninguna de estas novelas ignora la presencia de los referentes históricos de los cuales nacen sus imágenes. Las alusiones a la contingencia extraliteraria aparecen más tenues en
Los caballeros negros debido al carácter onírico y fantástico de su atmósfera; en
Siamesas adquieren una materialidad que coloca al relato en el riesgo de traspasar el límite entre la ficción y la denuncia directa de las circunstancias sociales que la justifican. Pero ambas logran con creces el propósito que mencionaba en el primer párrafo.