Al igual que en Navidad, la Semana Santa es el gran momento de los coros. El miércoles, el Coro Madrigalista de la Universidad de Santiago, que dirige Rodrigo Díaz, se sumó con obras de J. S. Bach y Giacomo Carissimi.
Alta fue la vara que se pusieron el coro y su director. De Bach se escucharon dos motetes: "Der Geist hilft unser Schwachheit auf" ("El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad"), BWV 226, para doble coro y continuo, y "Lobet den Herrn alle Heiden" ("Alabad al Señor todas las naciones"), BWV 230, para coro a cuatro voces y continuo. De Carissimi, su oratorio "La historia de Jefté". No se puede pensar en mayor contraste que este cotejo entre el espíritu alemán y el italiano. Dos mundos, dos sensibilidades, cuya contraposición resultó enormemente estimulante para los auditores.
Basados en textos de epístolas y salmos, y muchas veces concebidos para ocasiones ceremoniales y servicios fúnebres, los motetes representan lo más alto de las composiciones de Bach. Sumergirse en un verdadero océano de contrapunto imitativo, en el marco de la característica y compleja "vocalidad instrumental" de Bach, requiere de una cuidadosa planificación de los planos armónicos, dinámicos, fraseos, articulaciones y recursos fonéticos. El desafío es mayor y, en ese sentido, la interpretación del primer motete fue pálida y poco diferenciada. Probablemente, el tener que dividir al pequeño coro en ocho voces debilitó la fuerza requerida por la obra. No ocurrió lo mismo con la ejecución del segundo motete, a cuatro voces, donde el grupo reveló sus buenas cualidades.
La interpretación del oratorio "Jefté" fue de gran nivel. Solistas, coro y continuo se empeñaron con emoción y expresividad en la narración de la triste historia del padre, que debe sacrificar a su única hija por tener que cumplir un temerario voto a Jehová. La abstracción constructiva de Bach dio paso a la descripción de los momentos exultantes (la victoria en la batalla) y la dolorosa angustia del sacrificio de la inocente, que Carissimi ilustra con genialidad absoluta y con una poética a veces cercana a la ópera. El desempeño del coro y solistas fue óptimo, incluido el continuo (Pedro Urrutia, órgano; Luciano Taulis, viola da gamba), destacándose claramente la estupenda labor de la soprano que abordó el rol de la hija. Lamentablemente, el programa no indicaba los nombres. Díaz, que también se desempeñó como laudista, condujo con rigor y flexible musicalidad.