Los resultados en los amistosos es lo que menos importa. No son prioritarios ni relevantes, salvo que la sacudida sea feroz, como le sucedió a Argentina con España, lo que tampoco va a significar una catástrofe para el fútbol argentino ni va a extraviar el rutero de su selección a Rusia. Entonces, y siempre en el terreno de los partidos donde los puntos no cuentan, decir que no se perdió en la primera gira al mando de Reinaldo Rueda solo les servirá a los estadísticos del fútbol, que en esta época de big data y algoritmos cada vez ganan más espacio, por sobre quienes opinan a partir de una base argumental en la que el marcador no es más que un factor (pero esa es otra discusión).
En el caso de Chile, este par de amistosos han servido para congregar al grupo, más específicamente para conocerlo; ver cómo interactúa fuera de su territorio natural y empezar a tratar de internalizar una idea que busca recuperar la confianza que se descompuso con el fracaso eliminatorio. Si el trabajo del colombiano apuntó a obtener un par de resultados para superar la frustración de las clasificatorias, solo ha logrado remarcar que este plantel se farreó la opción de jugar en Rusia. Si lo que buscaba era comenzar un proceso de prospección de nuevas alternativas en el equipo, por lo menos algo avanzó, como para darse cuenta de que hay material aceptable pero con una consolidación que se ve más distante que la próxima Copa América. Y aquí el mejor ejemplo es la pareja de centrales, que por ahora lo mejor que mostraron es su estatura.
En la transferencia de su ideario, Rueda actuó en esta gira con tibieza. Sensatez, dirán algunos; cautela, dirán otros. Pero en los hechos el técnico, por lo menos públicamente, no acentuó una postura crítica respecto de la automarginación de Claudio Bravo. Debió hacerlo, porque fue "el" tema de camarín de la selección durante estos días, en el que además él es uno de los protagonistas y porque su excusa no contribuye a aplacar el ruido en el plantel. Con el caso Bravo, Rueda dejó abiertas variadas interrogantes sobre la independencia de autoridad en relación con el directorio de la ANFP: si no las clarifica pronto, volverá a sufrirlas para una próxima convocatoria, esté o no Bravo.
Y en la cancha, Rueda tampoco dio espacio para fórmulas creativas. A Suecia (¡¡¡qué mal tiene que estar Italia para ser eliminado por esta selección!!!) se le ganó con merecimientos, más que nada por presencia, aunque en el último minuto. Con Dinamarca, un equipo muchísimo más calificado, el empate tuvo un sabor más dulce para Chile, sin duda. Futbolísticamente, ninguna propuesta táctica diferenciadora de las anteriores. En el plano individual, salvo la sobreanunciada apuesta por la dupla Roco-Maripán, que como externalidad negativa dejó a un Medel durante un tiempo muy desorientado en el medio, nada que los historiadores vayan a retener, porque lo hecho por Castillo -un viejo conocido- ya debiera justificar una mayor rotación con Vargas. Paulo Díaz no le llega a los talones a Isla como lateral, y en esa misma banda Sagal, que no desborda, no habilita ni define, si sigue nominado es porque Rueda ve algo que los demás no perciben. El resto, de nuevo debido a la tibieza del técnico, tendrá que seguir esperando.
Como se aprecia, a Rueda le faltó atrevimiento para renovar nombres, probar un planteamiento distinto, aunque fuera para descartarlo, y una dosis de certeza de que su liderazgo tiene vida propia y no se rige por la diplomacia de las evasivas. Por fortuna, el tiempo juega a favor nuestro.