En los años de la Guerra Fría se acuñó la frase "táctica del salame" para describir la característica que se atribuía a la Unión Soviética y al comunismo de ir adquiriendo poder paso a paso. Ello tanto en expansión internacional en diversos escenarios a lo largo del mundo; y también del comunismo instalado más o menos legalmente en muchos países. Tenía dos características. Una es que siempre se trata de un territorio o institución del adversario, nunca de la propia; en la posguerra era en países y regiones que afectaban a Occidente, jamás al bloque soviético. La otra, que se trataba de cuotas limitadas de territorio o espacios de poder, y se espetaba, ¿vamos a ir a la guerra por esta pequeñez? "Eres un belicista; nosotros amamos la paz". Así se incitaba al apaciguamiento y a la sumisión. Poco a poco, con tanta pretensión, los adversarios eran dejados solo con el chongo del salame, por el que no tenía sentido combatir.
Hoy los estrategas le dan un nombre menos culinario y de más elegancia académica, pero es el mismo contenido. Se describe a la política de Putin (que poco de comunista tiene, pero sí mucho estilo de confrontación) como "escalamiento y de-escalamiento". Lleva las cosas a un punto en que parece que va a chocar con los presuntos adversarios, para luego retroceder un tanto. En el conjunto logra ganar, convencido de que la paciencia lo premiará con un avance inexorable.
Es lo que se esconde tras la estrategia de Evo Morales frente a Chile y en especial en la demanda ante la Corte Internacional. Se trata de un avance en una doble dirección. Por una parte, como operación retórica, de dibujar un cuadro oscuro del papel de Chile en su historia con Bolivia (y en parte con Perú), como denostar a sus sucesivos gobiernos y autoridades; otras veces, hasta no poco tiempo atrás, fue a las políticas de Chile y de algunos países latinoamericanos (entre los cuales en ocasiones estaba el mismo Perú), en el caso de la Alianza del Pacífico, presentándola como una reproducción del "imperialismo" (lo que resulta más extraño todavía con la posición de EE.UU. en los años de Trump), sobre todo durante el auge de la oleada neopopulista. Y luego lo alterna con el mensaje de hermandad y las buenas maneras, como cuando asistió al cambio de mando en Chile el pasado 11 de marzo, para a los pocos días reiterar que lo que está en juego es revertir el siglo XIX ("Antofagasta es boliviana"), en la línea de los chauvinismos más radicales, que siguen abundando a lo largo del globo.
Es una razón poderosa para señalar hacia la importancia de la decisión que tome la Corte en La Haya. Ya no será un terreno comunicacional, de discusión política, por importante que sea. La rodaja de salame es ahora contundente, al pretenderse el cambio de fronteras y transferencia territorial por medio de un espíritu de picapleitos. Esto debe responderse con un "párese" definitivo y por ello la prolijidad y sistematicidad de la argumentación chilena, y de la disposición política que la deba acompañar. Una vez que todo quede en claro, tras una pausa más o menos prolongada, podrá conversarse entre actores políticos y de los medios entre ambos países; se manejarán ideas que se han adelantado en anteriores intercambios de opinión u otros. Dentro de lo difícil del caso, existen alternativas que podrían ser pensadas, pero solo una vez que sean confirmados en su plena validez los instrumentos jurídicos que consolidaron las delimitaciones territoriales desde fines del XIX. Las fronteras solo dejan de ser divisivas y factores de distancia cuando no son puestas en tela de juicio. Entonces se origina toda interrelación fecunda.