Hará un año o algo más, encontré, en un paquete enviado por mis amigos de Hueders, el libro
Memorias de un exilio teatral, cuyo autor es Raúl Rivera, ese poeta misterioso cuyos textos me causaron tanta impresión en la juventud, época en la cual yo estaba conociendo todos los énfasis de la escritura poética, y me causó, por tanto, mucho asombro conectarme con una poesía que no quería convencer a nadie, solo estar y seguir su curso.
De la vida del autor yo no tenía la menor idea, por tanto leí sus memorias con ansiedad, tratando de hacer encajar la figura autobiográfica con la que proyectan sus poemas rurales, melancólicos, humorísticos, elaborados con la superficie del habla: epifanías de conversaciones, de paisajes, de atmósferas veladas, de palabras ajenas.
Días después supe que los poemas de Rivera no estaban tan perdidos como suponía: Cristián Warnken había publicado en marzo de 2017 una compilación titulada
Remedios caseros(Ediciones de la Universidad de Valparaíso).
El habla del campo es una de nuestras misteriosas fuentes de identidad. Cada cierto tiempo volvemos a revisar esa especie de matriz oculta que en ocasiones se asoma accidentalmente entre nuestras palabras. Federico Gana nos dejó por escrito algo de su resonancia, sin ánimo naturalista ni documentalista. Raúl Ruiz, que hizo la versión cinematográfica de
Días de campo, de Gana, en sus series televisivas también indagó en esa pausada, oblicua y quintaesenciada manera de hablar y, por tanto, de proyectar la realidad.
Raúl Rivera escribe con sedimentos de esa habla. Y escribe también sobre el habla a cada rato: "Pellejerías" se titula uno de sus textos. Otro lleva por título "Como las tristes". Aparente suscriptor de la divisa de González Vera ("uno no vale un peso más de lo que es"), parece haber llegado muy temprano -a fines de los 50- a su grado raso de naturalidad verbal. Esto pasa por reconocer en sí mismo la doble o múltiple pertenencia: a las ciudades de provincia, a los pueblos chicos, a los núcleos más cultos de la capital. ¿Dónde se verifica primero que nada este desperdigamiento? Entiendo que en las frases dichas todos los días, en los ajustes permanentes que se hacen sobre ellas atendiendo a quién se tenga al frente y según qué imagen se quiera proyectar de sí mismo.
No quiero llevar a equívocos: Rivera no tiene nada de folclórico, es simplemente como le tocó: un tipo que lamenta, en el lenguaje de todos, la cacería de pájaros, o que observa el destino de un alma perdida en una localidad minúscula, o que se detiene un instante a considerar la calle San Diego, en perpetua decadencia. Ninguna de estas disquisiciones tendría sentido si Rivera no fuera un poeta abismante, capaz de trastocar en el paso de un verso a otro la perspectiva del que lee. Lo que pone en escena es una sensibilidad particular que nos ilumina de tal modo que terminamos -como sucede siempre en la poesía- haciendo incluso el reconocimiento de lo que conocemos poco o desde lejos.