Los primeros cuentos, de Truman Capote, revelan la asombrosa precocidad, el oculto talento de los años infantiles del autor norteamericano y esa capacidad suya para ver lo que nadie percibía. Los trece relatos inéditos que forman parte de esta colección permanecieron en el olvido por ocho décadas, hasta ser descubiertos en la Biblioteca Pública de Nueva York en 2014. O sea, se trata de esbozos preliminares concebidos antes de sus obras maestras:
Otras voces, otros ámbitos (1948),
Desayuno en Tiffany's (1958) e incluso reflejan la atracción por el reportaje, que lo llevaría a escribir una de las cimas de la narrativa estadounidense moderna, la novela de no ficción
A sangre fría (1966). Con todo, en estos bosquejos desconocidos se perciben los temas que obsesionaron a Capote a lo largo de su trayectoria: el abandono; la soledad; las formas de escapar del aislamiento mediante la escritura, construyendo ambientes humanos de gran belleza; los conflictos raciales y sexuales que marcaron al medio en que le tocó vivir, en suma, un vasto abanico de preocupaciones que caracterizarían la fulgurante carrera del prosista oriundo de Nueva Orleans. Sin embargo, en
Los primeros cuentos hay más: de un modo que podría calificarse de milagroso al provenir de una familia muy poco letrada, Capote se anticipa al estilo que se ha dado en llamar "gótico sureño" y que produjo a figuras de la talla de Carson McCullers, Flannery O'Connor, Eudora Welty o Tennessee Williams.
Es difícil decir cuál de estas trece piezas es la mejor: todas son notables, absorbentes y peculiares. No obstante, algunas permanecerán en la memoria del lector por más tiempo que otras y se acercan a la madurez de Capote en forma singular, que ya nos hace pensar en los textos que lo consagrarían. "El pantano del terror", que inicia el compendio, describe las horripilantes aventuras de dos ingenuos muchachos, Jep y Lemmie, quienes huyen por un bosque mientras la policía acorrala a un fugitivo de la justicia; el final es tan sorprendente como el comienzo. "De parte de Jamie", la trama más extensa de la antología, también tiene como protagonista a un chico inocente y un tanto malcriado, Teddy, quien "es llevado a jugar al parque casi todas las mañanas, salvo los domingos", por la criada de la casa, Julie, hasta que conoce a la madre de Jamie, la cual saca a pasear a la mascota de su hijo y traba una calurosa amistad con Teddy: "Jugaba con su lazo de vaquero cuando la vio. Venía por el sendero y se sentó en uno de los bancos libres. Fue el perro que iba con ella lo primero que le llamó la atención. Adoraba los perros, se moría por tener uno, pero papá había dicho que no, porque no quería tener que educar a un cachorro". El desenlace, sin ser impactante, es terriblemente desolador, y lo es debido a que Teddy poco entiende acerca del lancinante estado de ánimo de la bella y desconocida dama: Jamie padece una enfermedad incurable que nunca sabremos en qué consiste y Teddy tendrá que conformarse durante el resto de su vida con los retazos de conversación proporcionados por la paseante. "Hilda" relata las peripecias de una chiquilla inteligente, que se saca las mejores notas en la exclusiva escuela donde estudia y a quien le iría muy bien en todo si no fuera por graves faltas que comete y de las que nos enteramos en las últimas líneas de la intriga.
"Louise" aborda el complejo asunto de los prejuicios raciales desde una óptica oblicua, sutil y elaborada. "Según la señorita Burke, Ethel era el paradigma de lo que esperaba conseguir de sus estudiantes. Una muchacha de diecisiete años con antecedentes, fortuna y, por cierto, una mente muy brillante. La mayoría de las chicas de la Academia ponían a Ethel del lado estúpido de la vida". Y, más adelante: "Ethel despreciaba a la chica Semon, que, según se rumoreaba, era hija de un conde francés y una heredera corsa. Detestaba todo lo que tuviera que ver con ella". Ethel conoce bien los motivos de su aborrecimiento: celos, envidia, carencia de las virtudes atribuidas a Louise. Entonces prepara su caída y pese a la intervención de la profesora Mildred Barnett logra su cometido al informar a la directora cuán escandaloso es mantener en esa institución a una adolescente con antepasados africanos. Si bien la fecha de
Los primeros cuentos solo puede ser aproximativa, está claro que "Louise" es una narración imaginada antes de 1948, es decir, durante la época en que en los estados del sur el transporte, los colegios, las iglesias, los espacios públicos del gran país del norte se hallaban segregados para negros y blancos. No estamos ante un período tan remoto en la historia y "Louise", además de ser un episodio excelente, revela una realidad que al menos en parte continúa vigente en la patria de Truman Capote. "Lucy", en cambio, trata el racismo de una manera contundente. Lucy, la heroína, se siente dichosa cuando llega a desempeñarse en el departamento de una familia en Nueva York, con vistas al río Hudson desde todas las ventanas. Atrás quedaron "el fanatismo y la crueldad de Jim Crow", vale decir, el odio hacia las personas de color y su sometimiento a quienes tienen la piel más clara. Sin embargo, Lucy nunca se siente cómoda en su nuevo entorno, echa de menos a sus padres y hermanos, el incomparable paisaje que la vio crecer, y a pesar de la calidez y el afecto de sus patrones, finalmente decide regresar a Alabama. Así,
Los primeros cuentos es un libro indispensable de un creador indispensable.