Una especie de encubrimiento de lo figurativo, representado por un entorno nebuloso o por una mancha traslúcida añade otra dimensión a los mayoritarios hombres solitarios o los dúos, que animan las diez telas y trece papeles enmarcados de Catalina Prado, en Sala Gasco. Ello ocurre dentro de absorbentes entornos paisajistas o de interiores. Los panoramas muestran una monocromía insinuante que no vacila en recurrir, deslumbrante, al plateado -"Recuerdo del verano", en primer lugar-, al dorado, al amarillo del grandioso "Paisaje flotante" que casi anula la concurrencia humana. Por otra parte, cierto aire gráfico se desprende de los protagonistas pensantes, con aspecto de superpuestos a los escenarios respectivos.
En lo que se refiere a las pinturas sobre papel, la imaginería se torna más directa y, al mismo tiempo, más dramática. Destacan, así, "La vida con su atmósfera onírica" y "Los expertos" que evalúan una especie de verde lengua insólita. Ambas obras utilizan un espacio interno definido por una curva que recuerda a Bacon. Como decíamos al comienzo, la mancha silencia el quehacer humano; por ejemplo, el varón expectante de "Jardín de invierno" o "Secreto", que subraya la animada charla entre un par de mujeres. Caben sí dos reparos a la necesaria claridad de ciertos asuntos visuales: la definición demasiado imprecisa del objeto, en "Instrumento de precisión"; la metamorfosis inconvincente de ese chorro de "Agua", no obstante rodeado por la calidez lineal del bello arbolado.
En Galería Artespacio, el ímpetu de la línea, el arrojo temperamental de Ángela Leible, se vierte a través de diez pinturas en gran formato. Los resultados son desiguales. Así sobresale dentro del conjunto la poderosa imagen de un ave rapaz, con su lindo enfrentamiento entre plumaje y arbustos espinosos, con su armonioso acorde cromático; en este, el ojo amarillo del pájaro vibra, atrapando la mirada del espectador. Por lo general, el protagónico repertorio de animales convence mejor, cuando se limita a ellos. Otro lienzo interesante constituye el de la briosa pantera, coronada por formas abstractas y donde la excesiva definición del rostro humano tiende a malograr el equilibrio visual. Agreguemos la inmensa tela con el dinámico dibujo de un puma. El atractivo "Nacimiento del basalto", en cambio, se aparta de la temática imperante, esbozando acaso un cambio argumental futuro. En el multicolor "Quetzal", el verde pesa demasiado. La pareja de caballos en movimiento creciente, por último, resume bien el pasado reciente de la expositora.
Un nuevo conjunto de imaginería virreinal -siglos XVIII y XIX-, perteneciente a su colección Joaquín Gandarillas, nos entrega el Centro de Extensión de la Universidad Católica. Sin duda no posee el interés iconográfico de la ocasión anterior, en que a los ángeles correspondió la temática. Ahora se trata de imágenes de bulto, de autor anónimo, talladas en madera o en piedra de Huamanga. Varias de ellas podían conseguirse todavía en anticuarios hasta más allá de mediados del siglo pasado. En la actual exhibición, desde el principio, la presencia de trabajos chilenos marca la diferencia con sus congéneres quiteños, cusqueños o bolivianos. Es que los productos nuestros pecan por su tosquedad de factura, por su rigidez corporal, por su reiteración de los modelos venidos del norte. La inacabable Guerra de Arauco sería la explicación más fácil. Fuera de esa observación, ha sido un acierto colocar velas de moderna ignición frente a cada figura. Instaladas estas en grupos y dentro de vitrinas, varían entre las medianas y pequeñas dimensiones, procedentes del uso privado; por lo tanto, varias de ellas podían encontrarse todavía en anticuarios de la segunda mitad del siglo pasado.
Dentro de lo expuesto, habría que destacar los ejemplares que parecen mejor logrados. Como era de esperar, las piezas venidas de Quito sobresalen. La delicadeza de talla y policromado, la soltura del movimiento corporal, se imponen. Quien mejor luce esas cualidades es el, quizá, Evangelista San Lucas. Escoltan este bello leño los también dieciochescos San Antonio de Padua, el un poco deteriorado San José con el Niño, San Juan Evangelista en éxtasis. En este último santo su genuino gesto facial resulta muy bien personificado durante el siglo siguiente. De esta última centuria se hacen admirar un pintoresco San Isidro Labrador, la arrepentida Santa María Magdalena al pie del Calvario. Entretanto, del Perú y ejecutados mediante la marfileña piedra de Huamanga, encontramos trabajos atractivos (siglo XIX) de Ayacucho, todavía con restos de color y de dorado: dos bonitos grupos del Descendimiento de la Cruz, el San José de aire popular. Tampoco faltan dos cajas retablos portátiles (Perú, siglo XVIII), en las cuales las pinturas sobre las tapas interiores lucen más hermosas que el respectivo volumen protagónico.
Paisajes transitorios
Entorno y manchas buscan esconder los personajes de Catalina Prado
Lugar: Sala Gasco.
Fecha: Hasta el 5 de mayo.
Raza cósmica
Los animales impetuosos de Ángela Leible
Lugar: Galería Artespacio.
Fecha: Hasta el 7 de abril.
En nombre de los santos
Tallas en madera y piedra Huamanga, siglo XVIII y XIX
Lugar: Colección J. Gandarillas I. Universidad Católica.
Fecha: Hasta el 28 de julio.