Alex Garland nos dejó estupefactos con "Ex-Machina" (2014), lanzando de paso al estrellato a Alicia Vikander. Ahora arremete con "Aniquilación" ("Annihilation"), otra película de ciencia ficción que usa nuevamente el género como pretexto para cuestionarse sobre la esencia de la persona como ser único e irrepetible, y acerca de lo confuso y desafiante en que puede convertirse la aventura de intentar responderse esa pregunta.
En una suerte de prefacio, vemos a Lena (Natalie Portman) en un espacio vidriado. Ella, de blanco; sus interrogadores, protegidos con trajes aislantes. Le preguntan por sus compañeras de misión. Lena está tan desconcertada como ellos.
Una imagen de plano lejano nos muestra un resplandor que cae sobre un faro junto a una playa: este es el acontecimiento de donde surge todo lo que ha estado ocurriendo y vendrá. Un hecho acontecido hace décadas y que ha avanzado en la forma de una peculiar selva que ha crecido en total desorden. Es lo que la agencia estatal Southern Reach llama el Área X y que se ha manejado con total secretismo. El temor ahora es que empiece a extenderse a las ciudades.
Antes de llegar a la escena del comienzo, la vida de esta bióloga transcurría en las aulas del Instituto Johns Hopkins, donde daba clases a estudiantes de medicina. Pero ha sido soldado y es en el Ejército donde conoció a su marido, Kane (Oscar Isaac). El sargento lleva un año desaparecido tras partir a una misión secreta.
Ahora una nueva misión se adentrará en el misterio del Area X, que parece comerse todo, como el bosque de "La Bella Durmiente". Y la integra un grupo de científicas encabezadas por la Dra. Ventress (Jennifer Jason Leigh), psicóloga de la agencia. Con ella van Lena; Jossie (Tessa Thompson), física; Cass Sheppard (Tuva Novotny), geóloga, y una paramédico, Anya Thorensen (Gina Rodríguez).
Cada cual tiene un motivo íntimo para tamaño riesgo. "No es algo que haces si estás en armonía", sentencia la escéptica Dra. Ventress. "No todos somos suicidas, pero todos somos autodestructivos en algún nivel. Son impulsos", advierte, serena.
Si el guión de Garland es fascinante en su complejidad y precisión, las imágenes que se van desplegando se vuelven cada vez más alucinantes. Una suerte de magma colorido, como una pared líquida, separa el mundo de aquello que termina en ese faro. Los deslumbrantes colores en la vegetación, en las paredes de ruinas que el grupo descubre a su paso solo anuncian realidades desconcertantes y nada alegres.
Basada en el primer libro de la trilogía de Jeff Vandermeer, "The Southern Reach", la película llega precedida de una polémica: uno de los socios de Paramount pidió cambiar un poco la versión de Garland aduciendo que era "demasiado intelectual". El productor Scott Rubin apoyó al director y guionista. Resultado: se decidió que la película se estrenara en salas únicamente en EE.UU., Canadá y China, y para el resto del mundo, vía internet.
Puede ser. Porque más que entretenerse con platillos voladores, alienígenas del terror (hay por ahí un guiño a "Alien"), la historia se construye desde el acervo científico existente y conocido -las células, el ADN, la mutación, las dimensiones espacio-temporales- para inquietarnos con hallazgos que nos hacen preguntarnos cuán vulnerables y frágiles somos, a partir de la inmensidad que nos falta por conocer y saber.
Ese cúmulo de células del que estamos hechos, ¿es lo que nos hace únicos, lo que nos da una identidad imposible de suplantar? ¿Qué hacemos si nos alteran las dimensiones que damos por sabidas?
Con esa sensación inquietante que no da tregua, la película se desliza en una mezcla de géneros, con elementos de aventura, suspenso y drama. ¿De qué tienen que salvarse los protagonistas? Es algo que descubrirán paso a paso junto al espectador.
(En Netflix).
Ana Josefa Silva