Hay muchos momentos en el trayecto del cine chileno que dan cuenta del nivel de subdesarrollo de una actividad que nunca acaba realmente por convertirse en industria: el hundimiento de Chilefilms, allá por 1949, a siete años de su creación y después de producir una docena de títulos; los funestos préstamos del Banco del Estado, que a principios de los 90 llevaron a la quiebra -y a la fuga- a varios cineastas endeudados; el solitario debut en cartelera de la única copia de Historias de fútbol, en 1997.
Pero si tuviera que elegir uno -el peor y más cruel de todos-, me quedo con la debacle de fines de los años 20, cuando la tormenta combinada de la Gran Depresión, la llegada al país de las distribuidoras estadounidenses y el olímpico desinterés de los privados por financiar nuevos rodajes mandaron al diablo a una cinematografía local que a mediados de la década superaba la veintena de estrenos por temporada.
Pasarían más de ochenta años antes de que nuestra producción anual pudiese igualar esa marca, y es algo que conviene recordar más que nunca, ahora que las redes y los medios celebran como suyo el merecido Oscar de "Una mujer fantástica", sin detenerse un segundo a pensar en cómo continuará esta historia y si acaso existe o existirá algo -en el mediano o largo plazo- que contrapese este logro y lo ponga en perspectiva.
La pregunta es inevitable: Y ahora, ¿qué?
Difícil que volvamos a esos días en que el cine chileno no era consumido por nadie, ni por nosotros ni por los extranjeros: la actual generación de realizadores, la primera en la historia que ha filmado con la constancia necesaria para generar un volumen apreciable de obras y autores, se ha encargado de marcar una sólida presencia en festivales clase A (Berlín, Cannes, Venecia) y otros eventos de primer orden (Rotterdam, Locarno, Marsella, Busan).
El Oscar conseguido por Lelio y los hermanos Larraín hace justo una semana es la prueba más reciente y notoria de ello, pero las carreras de Alejandro Fernández Almendras, José Luis Torres Leiva y Sebastián Silva, entre otros, hablan por sí solas. Muy importante, también, ha sido el persistente trabajo de nuestras misiones audiovisuales al extranjero, en su esfuerzo por posicionar al cine de Chile como una marca, y quizás más clave aun en el proceso ha sido el aporte del Fondo Audiovisual.
Buena parte de lo que hoy conocemos como "Novísimo Cine Chileno", sus realizadores y sus producciones, no existiría sin los dineros aportados por el Estado; pero es cosa de poner atención a la sección central del breve discurso que Lelio pronunció hace un domingo para advertir que lo que venga después de este triunfo -sea lo que sea- incorporará nuevas reglas y nuevos actores. "Este filme fue realizado por muchos amigos, muchos artistas, y quisiera compartirlo con ellos esta noche. Quiero agradecer a todos en Sony Pictures Classics. Tom Bernard, Michael Barker y a todos en Participant Media, Setembro Cine, Komplizen Films...".
Más de alguien hizo notar en las redes la ausencia de un "Viva Chile" o un saludo a los compatriotas, pero en la estricta lógica del Oscar, el cineasta -que fue muy cálido a la hora de saludar a los miembros del equipo y a sus seres queridos- acierta medio a medio: para que "Una mujer fantástica" consiguiera cruzar la "línea de meta", para lograr trabajar a este nivel y conducir con éxito una campaña como esta, fue necesario tanto un esfuerzo artístico como uno corporativo, un trabajo tanto de dirección como de producción; precisamente el tipo de coordinación que suele echarse de menos en un medio nacional cuya estructura de fondos y aportes estatales a la creación audiovisual se ha vuelto insuficiente y debería ser urgentemente redirigida a estimular el trabajo de nuevos y jóvenes talentos.
Lo que en adelante soportará y alentará nuestra creación cinematográfica no debería postularse a través de formularios o ser evaluado por comisiones, sino producto de una actividad que incorpore en forma decisiva el concurso de privados, la mecánica de la coproducción internacional y la gestión empresarial. En pos de conseguirlas necesitaremos más que grandes actores, técnicos, guionistas o realizadores. Habrá que echar mano a una nueva figura: la del productor ejecutivo.
Acostumbrados a un enfoque más autoral y destacar el rol del director, la idea de un "cine de productor" quizás saque más de alguna roncha en nuestro pequeño medio, pero si Fábula llegó donde llegó -dos nominaciones y un Oscar, el oso de Plata del Festival de Berlín, tres coproducciones realizadas en inglés-, no fue solo por su trabajo frente y detrás de las cámaras, sino por todo lo ocurrido, trabajado y gestionado antes de que estas se enciendan. A lo mejor esa noción hoy resulta extraña, pero más vale acostumbrarse. Ese será el escenario de nuestras batallas futuras.