La lata es un mal que está pasando de moda. Es una maldición que marcó épocas y que intenta ser remediado al extremo en nuestra era moderna. Producía una lenta extinción espiritual del ser humano, y fue reconocido como un mal en todos los tiempos. Se llamó El taedium vitae o l'ennuie. Es el antiinterés.
Se parece a la depresión en sentido de la apatía, la falta de fuerza, la energía que parece extinguirse, el mundo que se pone gris.
La lata acalla, adormece, acepta. Extingue toda creación, oscurece todo horizonte.
La televisión nos salvó en parte de la lata, sobre todo cuando abre mundos nuevos. Eso obliga al cerebro a despertar, a sorprenderse, a preguntarse. La lata como tal ha sido sustituida por el cansancio de la sobre estimulación, lo que parece la máxima paradoja, pero así es. Tanto hacemos, o tanto estamos obligados a hacer, que lo que queda es un cansancio enorme que nos vuelve a la necesidad de descanso. Pero no sabemos bien qué hacer en el descanso.
El deporte ha sido un gran remedio. Produce endorfinas y devuelve una sensación vital grande. Las vacaciones de hoy son una actividad constante, para distraernos de la lata. Hay que hacer muchas cosas... muchas. La lata ha matado el tiempo de reflexión y contemplación que inspiró a épocas enteras.
Rebelarse contra la lata es preguntarse qué quiero, qué necesito, qué me falta aprender. Solo si en la actividad que hacemos tienes una meta, la lata desaparece. Está bien, pero a veces para escuchar hay que guardar silencio. Y eso sí que nos asusta. En el silencio el corazón a veces habla y si lo escuchamos podemos ponerles nombre a las carencias y tristezas que nos aquejan y, si somos serios, ponerles remedio. Porque la tele puede ser un instrumento de aprendizaje y de apertura de nuevo mundos, de risa o de horror, de arte o de guerra. Pero para que tenga sentido, deberíamos verla con atención y no como una ruido distractor. Hay que pelearle a la lata, primero reconocerla y no esconderla con estímulos vacíos que solo producen más lata. Luego, hay que rebelarse ante ella, hacernos nuevas preguntas, no soportarla, combatirla sin cuartel y atreverse a llamarla por su nombre. Necesitamos descanso, silencio, reflexión. Pero a veces es tal el miedo a la lata que lo evadimos. Nos atrevemos a estar cansados, pero no lateados. Además de distraernos, podríamos preguntarnos por qué estamos lateados. Tal cual. Solo así podemos remediar en vez de evitar.