De buenas a primeras lo identificamos con mejoría del bienestar material. Pero también lo aplicamos a lograr un mejor modo de convivir en sociedad, significado que lo aproxima a los conceptos de civilización y progreso que vienen del siglo XIX. El desarrollo es un heredero de esas metas utópicas o quiméricas que han llenado el origen y trayectoria de nuestra vida republicana. Y llevamos dos siglos tratando de alcanzarlas, lo que demuestra cuán equivocado es ese camino, además de inútil.
Es equivocado e inútil, porque esa búsqueda apunta a que seamos según la imagen mental o ideológica que tenemos de los europeos. Y resulta que no somos europeos; tampoco somos indígenas originarios. Somos mestizos, el resultado de la interacción cultural entre europeos y nativos con todas las variantes que puedan darse. Pero mestizos de alma: un resultado cultural que nos hace ser una raza diferente y novedosa. Nuestro drama radica en pretender ser como los europeos, es decir, negándonos constantemente y tratando de ser lo que no somos. La negación de lo que somos es como nuestra partida bautismal. Es a partir de esta afirmación negativa que debemos comenzar a pensar en cómo reconocernos para iniciar un camino propio y fecundo.
En nuestra vida política, todos los bandos políticos postulan alcanzar el desarrollo, pero siempre con la ceguera de ser como los europeos (o norteamericanos últimamente, que no es más que una proyección europea por su ausencia de mestizaje). En este intento se han logrado ciertas metas de bienestar material que, ciertamente, no se deben descuidar. Pero esto mismo ha ido haciendo aparecer en nuestro horizonte inquietudes vagas e indefinibles, tras las cuales debemos ver esta negación de nuestro ser mestizo sumada a la incertidumbre que la acompaña.
En la medida en que los grupos y las personas que pretenden señalar caminos para el futuro no consideren esta realidad y persistan en la negación básica que configura nuestra historia, veremos la esterilidad de los esfuerzos de los diferentes bandos políticos y tendremos que convivir con una persistente frustración que un día dará relieve a ciertos temas y, al siguiente, a sus opuestos. Ahora que se inaugura un nuevo gobierno y que se vive un momento de reflexión sobre el camino a seguir, sería muy conveniente considerar este problema de fondo para aminorar los tumbos que llenan nuestra historia e intentar delinear un camino adecuado para reconocernos y orientarnos con propiedad hacia el futuro.