"Sin duda quiero volver al Archivo. Quiero ver de nuevo el lugar, con la tropa de investigadores que me hacen pensar en personajes de Kafka, con sus ropas estrafalarias, sus piercings y tatuajes debajo de las gabachas de uniforme color ocre con insignias verde esperanza donde dice: 'Proyecto de Recuperación del Archivo'; los viejos de pelo gris y hombros caídos, los revolucionarios frustrados que trabajan ahí por el sueldo pero también con una especie de sordo ahínco, porque quieren hacer hablar a los muertos. Porque casi podría asegurar que, como en mi caso, nadie está ahí (salvo tal vez la gente de la limpieza y los contenedores) de modo completamente desinteresado o inocente. Todos, en cierta manera, archivan y registran documentos por o contra su propio interés. Con anticipación y quizás a veces con temor también. Nadie sabe, como dicen, para quién trabaja -ni menos aún para quién trabajó".
Hace más de diez años, Rodrigo Rey Rosa visitó cada día este lugar por propia iniciativa y se vio zambullido en un laberinto de millones de fichas, papeles, carpetas que la policía guatemalteca había acumulado a lo largo del siglo pasado e inclusive estudió el Registro Civil, que, en vez de los antecedentes normales que debe poseer tal oficina, tenía todos los datos de las personas que habían cometido delitos, tanto comunes como políticos. Al comienzo, lo que al autor le pareció casi un entretenimiento para diletantes, poco a poco se fue transformando en una peligrosa indagación en la que la represión en su país se convirtió en lo que él creyó era una materia novelesca. Así surgió
El material humano , un texto complejo, estremecedor, que narra hechos terribles, pero también presenta problemas como novela.
En efecto, esta obra se acerca más a una composición de material muy misceláneo y es, a la vez, un desembozado diario de vida. Así, los cinco cuadernos y las cuatro libretas que componen
El material humano están ordenados cronológicamente en forma de apuntes cotidianos, con las fechas, las horas y hasta las características climáticas que el prosista va detallando mientras elabora su inclasificable y disparejo relato. A mitad de camino se le prohíbe volver al Archivo, por lo que intenta, al comienzo infructuosamente y más tarde con éxito, contactarse con Benedicto Tun, cuyo padre, de su mismo nombre, fundó esta institución y es una de las pocas, si no la única persona que puede entregarle la información que busca.
Mientras tanto, Rey Rosa continúa con su quehacer, digamos, normal: se hace cargo de su pequeña hija Pía, mantiene una relación irregular con su pareja, se encuentra con amigos y conocidos, muchos de ellos individualizados solo con iniciales, otros con nombres y apellidos, visita a sus padres y rememora el momento en que su madre fue secuestrada en 1981, para ser liberada seis meses después de su desaparición: "Nunca llegamos a saber en manos de quién estuvo... y de hecho nadie de la familia quiso llevar a cabo ningún tipo de investigación".
Que Rey Rosa se halle inmerso en algo muy arriesgado y que puede causarle graves perjuicios a él y a su familia -lo que es un eufemismo para decir que los pueden matar a todos-, no impide que desarrolle una intensísima vida social, cultural e intelectual: viaja sin parar a Oaxaca, París, Lucca, es invitado a múltiples congresos, participa en simposios, envía e-mails a medio mundo, bebe, come y consume drogas, aloja en hoteles de precios prohibitivos, conduce un Lexus, en suma, tan mal no lo pasa. Desde luego, si los medios se lo permiten, tiene derecho a hacer lo que le da la gana, si bien resulta un tanto chocante esta extraña mezcolanza entre el horror y el placer, en una trama que se nos presenta como una pesquisa que tiene un macabro telón de fondo. Ese panorama Rey Rosa lo conoce muy bien y lo ha retratado en sus demás libros: es el de la guerra civil permanente que ha azotado a la nación centroamericana y las atroces violaciones a los derechos humanos que se han cometido en épocas recientes y, al parecer, se siguen cometiendo, pese al retorno de la democracia o lo que pasa por tal.
Sin embargo, la estructura de esta historia puede permitir todo lo anterior, de modo que no debe criticarse a Rey Rosa por entregarnos tantos detalles acerca de sus múltiples actividades. En cambio, hay otro elemento de
El material humano que es de frentón cansador y consiste en la manía, casi la obsesión de este escritor por citar nombres ilustres de la literatura, la filosofía y todo lo demás: casi página por medio tenemos a Sartre, Wittgenstein, Schnitzler, Zweig, W. H. Auden, Voltaire y muchas otras figuras egregias. Tampoco se le puede prohibir a nadie exhibir sus conocimientos, pero si el mismo Rey Rosa confiesa que su formación es poco profunda, quizá debería ser más parco en vez de decirnos a cada rato qué es lo que está leyendo, qué es lo que está estudiando, en cuál héroe intelectual está pensando.
Como sea,
El material humano es un testimonio valioso, por momentos fascinante, por momentos aterrador, a ratos muy revelador, en torno a una sociedad desmembrada, caótica, desmoralizada, donde el crimen masivo reina impunemente, nada funciona como es debido y cualquiera puede ser asesinado o sufrir las peores formas de tormento de un día para otro. Y pese a los reparos menores que se puedan formular a los títulos de Rodrigo Rey Rosa, nadie como él ha reflejado, de modo despiadado y a la vez divertido, la realidad de la actual Guatemala.