Este no es el peor momento del fútbol chileno. Ha habido otros más profundamente vergonzosos y lamentables: cuando fue castigado por la FIFA por el engaño del tramposo de Roberto Rojas, por ejemplo; cuando estuvo intervenido por la dictadura, también; para la escandalosa quiebra de Colo Colo y Universidad de Chile, cómo no. Por eso, no dramaticemos, porque hace rato que dejamos de ser competitivos a nivel de clubes en el ámbito sudamericano, y lo que ha sucedido esta temporada lo único que hace es ratificar una sostenida tendencia a la baja.
Y tampoco hay que sorprenderse si en la medida en que avanza marzo los resultados empeoran. Nada indica que en la Copa Sudamericana Unión Española pueda eliminar a Sport Huancayo cuando deba ir a jugar a Perú después del paupérrimo empate sin goles en Santa Laura. Nadie garantiza que Colo Colo se traiga una victoria de La Paz cuando enfrente a Bolívar, un equipo que tiene un registro bastante más positivo que los albos en los últimos años de competencias internacionales y que puede dejar al campeón chileno al borde del precipicio. Y ni hablar de Universidad de Chile, que aún no debuta, pero que integra un grupo con dos brasileños y un argentino.
Que el nivel es preocupante, por cierto. ¿Pero por qué debería ser distinto nuestro ánimo en relación a años pasados, si los rendimientos futbolísticos de los equipos tampoco han variado mucho? Básicamente, porque esta vez estamos representados por Colo Colo y Universidad de Chile, los dos clubes más poderosos y ricos de la competencia. La presencia de los grandes le da esa cuota de morbosidad mediática a la atonía competitiva chilena que hace que extraviemos la perspectiva, cuando en realidad un ejercicio simple de inversiones demuestra que este año no ha habido un cambio manifiesto en las políticas de los clubes nacionales para enfrentar los certámenes continentales.
Cuando Colo Colo fija que la meta en Copa Libertadores es pasar de la fase grupal está indicando que su intención sigue siendo participar, no fracasar rotundamente, pero en ningún caso competir por algo mayor. Si el principal refuerzo de la U para la temporada es un emergente delantero venezolano que jugó en Huachipato la temporada pasada, también está mandando una señal: su horizonte no apunta más allá del plano local, aunque el discurso sea diferente. Si a los clubes grandes y poderosos no se les exige asumir que su relevancia debe superar las fronteras propias, porque salir campeón en Chile es una obligación, ¿qué podemos esperar del resto, que se contenta con clasificar a los torneos internacionales única y exclusivamente para recibir un buen monto de dólares aportados por los derechos de televisión?
Después de repetir la peor racha competitiva registrada en 2001, como indican las estadísticas, está claro que la recuperación internacional a nivel de clubes parte por un ejercicio de introspección de los propietarios y accionistas de las instituciones, hoy instalados en una zona de confort inigualable en la historia de nuestro fútbol. Vaya paradoja, que en ese estado sus clubes se debatan en un marasmo.