Peligroso es lograr todo lo que se desea; a los que lo hacen los dioses suelen castigarlos por medio de su propio éxito. Es el caso de Italia y Alemania, que parecen despilfarrar su capital político.
En la Italia de posguerra se dio una política que desembocaba en un callejón sin salida y una economía que en general puso al país dentro de las ligas mayores. El país político respiraba entre crisis reiteradas -todos los años- en torno a un partido con caciques que intrigaban entre sí. Ese fue el verdadero milagro italiano y poco importó para Europa y la política mundial. Roma estaba integrada en el sistema de la OTAN y en la Comunidad Europea y cuando parecía marchar hacia una crisis ideológica de proporciones, surgía una maniobra de prestidigitador que salvaba la situación.
Hoy el desorden sigue siendo mayúsculo, pero ese orden mundial parece bascular. La Península vive al borde de retornar a un Tercer Mundo político y social. La DC era una centroderecha; ahora solo existe la de Berlusconi, de infinita habilidad e histrionismo, de nula inspiración política. La izquierda perdió impulso y sospecho que se inspira en la moderna síntesis liberal-conservadora. El resto, diversas formas de populismo en la derecha y en la izquierda. No se puede saquear un patrimonio con impunidad.
En Alemania tiene otro cariz. Con el Brexit y el aislacionismo norteamericano, se confiaba en que la solidez de la concertación franco-alemana compensaría la marea de desintegración. Francia podría renovarse con Macron, aunque todo parezca cuesta arriba. Desde hace más de 10 años, Angela Merkel se había convertido en el liderazgo más coherente de Europa, pues la acompañaba Alemania, quizás la sociedad más exitosa del cambio de siglo. Incluso Merkel emergió como la principal portavoz político-moral de las democracias desarrolladas, y no el Presidente de EE.UU.
Sucede que desde la última elección, en septiembre pasado, Merkel no puede formar gobierno. Es insegura una coalición con los socialdemócratas. Desde 1949, la Democracia Cristiana y el Partido Social Demócrata alcanzaban entre los 2/3 y el 85% del electorado. Este también se ha dispersado y ahora entre ambos llegan apenas al 50%, con grupos algo potentes en los dos extremos, que explotan temores de la población, algunos exacerbados, otros legítimos. Los socialistas temen desaparecer como en Francia y los DC consideran que su programa se diluye en la coalición.
Hay algo más. La última vez que ocurrió algo similar fue en 1930, cuando el canciller del Centro -antecesor de la CDU-, Heinrich Brüning, no tuvo mayoría y debió gobernar por decreto -constitucionalmente previsto como excepción-, para en 1932 ser sucedido por otros cancilleres aventureros que terminaron por pavimentarle el camino a Hitler en 1933. El sistema de tanto decreto durante tres años había evolucionado insensiblemente hacia una pre-dictadura. El resto es conocido.
La Alemania de hoy no es la del 33. Sin embargo, que la democracia se descascare por la incapacidad de formar gobierno continúa siendo uno de los temas cruciales de su existencia. Aunque Alemania no es Italia, la solvencia política de Berlín tiene que ver con el futuro de Europa, lo que irradia sobre todos nosotros. Lección de que el parlamentarismo no es sin más un remedio ante las crisis. Sobre todo, de que hay que cuidarse de estos gustitos de rico, de naciones que en relación al resto lo tienen todo, incluso crisis en las que sus políticos se solazan confundiendo doctrina (todo en cocktail con intereses pequeños) con principios y con la sabiduría y experiencia, que es para lo cual se debería votar por ellos.