La década dorada comenzó, en rigor, en 2006, cuando Claudio Borghi llegó a la final de la Copa Sudamericana con el Colo Colo tetracampeón, colocando a Meléndez y Sanhueza como celadores de lo que arriba hacían Valdivia, Fernández, Alexis y "Chupete". El proceso seguiría al año siguiente con el Mundial de Canadá y se enrielaría con la llegada de Marcelo Bielsa para llevar a Chile a Sudáfrica.
No se trató solo de la "generación dorada", porque a poco andar un tercer argentino, Jorge Sampaoli, inyectaría nuevos nombres y más elogios con el equipo de la U que obtuvo la Sudamericana en 2011 y llegaría a semifinales de la Libertadores en 2012. Hasta entonces había una sincronía entre lo que hacían los clubes y los logros de la selección, que se interrumpiría de manera abrupta con el descalabro internacional de los equipos chilenos a partir de 2014.
La selección siguió por su carril hasta la Copa Confederaciones, donde terminó el más brillante de los ciclos del fútbol chileno, no solo por los objetivos logrados, sino también por el camino elegido. En todos los casos hubo protagonismo, audacia, brillo y elogio. Hasta que la absurda, torpe y evitable eliminación de la Copa del Mundo nos hizo patente la mediocridad del medio interno y la necesidad de un nuevo estilo para la Roja.
Hoy el discurso es diferente. A nivel de clubes la aspiración es "pasar la fase de grupos", y el estilo importa poco. Jorge Valdivia invitaba a cruzar el bus frente al arco con el afán de lograr el objetivo, olvidando que fue, durante aquella década, el estandarte del fútbol ofensivo. A nivel de medios ya hablamos -todos- de la necesidad de proteger adecuadamente nuestra zona, de reducir los espacios de riesgo, del afán innecesario de ir al frente de manera constante.
El sábado, cuando Universidad Católica completaba su cosecha perfecta en el campeonato, los tiempos del todo o nada del "Comandante" Salas fueron lapidados con una declaración: "Es bueno ganar pese a no jugar bien", dijo Buonanotte. Y a nivel general, tras las paupérrimas presentaciones de la U. de Concepción, Wanderers, Everton y Unión Española en las competencias internacionales, la conclusión es obvia: los tiempos del sometimiento se terminaron y desde hace rato deberíamos estar jugando "de chico a grande".
Cuando nos aprontamos al debut de Colo Colo en la Copa Libertadores (ante rivales históricamente abordables como Bolívar y Delfín), la estrategia es la alerta y la cautela. Ante Atlético Nacional veremos un peldaño más en la evolución del entrenador que parecía el sucesor de la revolución más dulce jamás vivida, pero que se verá sometido al terror general y a las dudas particulares de un equipo que expresa cabalmente la involución vivida. Guede sabe que la presión constante y la dinámica que caracterizaron nuestros éxitos recientes son una quimera a la que deberá suplir con la experiencia y un esquema que poco han servido en la medición continental.
Lo cierto es que vivimos el fin de una era. Y el retorno a otra. Donde lo que más vale para los técnicos y jugadores es ensalzar las virtudes del rival. La piedra angular de la filosofía del "de chico a grande". Si lo sabremos nosotros.