El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes me envía un cuestionario sobre los premios que mis libros han obtenido. Los premios son un tema, claro. Francisco Casavella, probablemente uno de los escritores españoles más promisorios de los últimos años, decía que en su vida había cosechado más apremios que premios. Lamentablemente, en su caso esto fue tan cierto que murió solo 11 meses después de obtener el prestigioso premio Nadal. Ese es un verdadero saludo a la bandera: ahí se quedan ustedes con el efímero entramado del "éxito" -las entrevistas, las sesiones de fotos, yo me largo al país donde el único premio sea acaso la eternidad (suponiendo que algo igual exista). En mi caso, puedo decir que durante algunos años tuve más premios que libros publicados. Pero los saco de la duda de inmediato: los premios no hacen a un escritor. O lo hacen solo en la medida que dichos premios lo ayuden a conseguir lectores.
A mí me tocó la suerte de ganar el Biblioteca Breve con mi segunda novela. Eso, como se dice, me catapultó a la escena hispanoamericana... durante un cuarto de hora, que es lo que dura el efecto de los premios. Después, he tenido la fortuna de ser distinguido algunas veces con el premio a la mejor obra publicada del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Digamos que los premios literarios se dividen al menos en dos, o en tres: los que uno busca, o sea, aquellos a los que un escritor se presenta con un manuscrito; los que te dan sin que uno los haya solicitado (es el caso del premio del CNCA), y los que uno busca y no obtiene.
Me ha ocurrido, como a la mayoría de los escritores supongo, estar en situación, digamos, promisoria, en la short list de un premio importante y no ganarlo. El minuto fatal en ese caso no es cuando anuncian que la obra ganadora no es la de uno, sino las semanas previas, porque cuando un manuscrito se encuentra entre los cinco o seis finalistas de un premio de ese tipo comienzan las filtraciones, los llamados telefónicos, los e-mails que no hacen sino ponerle a uno los pelos de punta. En otros casos es aun peor. Por ejemplo, el Premio Hispanoamericano de Cuentos Gabriel García Márquez, que otorga el Estado colombiano, convoca a los cinco finalistas a una refinada tortura: te invitan durante una semana a Colombia, te hacen entrevistas, te llevan a provincias, te exhiben y luego, en una ceremonia oficialísima, en el magnífico Teatro Colón de Bogotá, con discurso del Presidente de la República incluido, anuncian al ganador. Ahí es el cielo o el suelo. La ruleta rusa. Yo me quedé, obviamente, en el suelo, junto con otros tres colegas. Sócrates debe haberse dicho algo parecido en el momento de beber la cicuta: asunto concluido.
Así, he sido también un gran perdedor de premios. Perder es cuestión de método, como tituló Santiago Gamboa. De hecho, lo interesante sería hacer una encuesta no tanto sobre los premios que uno ha ganado, sino sobre los que ha "perdido". Porque dejando de lado por un segundo el temor a la grandilocuencia, uno podría afirmar que quien no tiene conciencia del fracaso no puede ser escritor. No se escribe desde ni para el éxito, como no se escribe desde la completitud y la felicidad. Felices son los místicos (cuando lo logran, claro), a lo mejor los necios y, ciertamente, los sujetos a-literarios. Escribir es inventar, dotarse de una gramática, de un léxico (eso que llaman el estilo), disponer seres de ficción en espacios y tiempos de ficción. ¿Y para qué hacer todo esto? Marguerite Duras lo decía de esta manera: para poner un "velo" o, si prefieren, una "pantalla", entre el sujeto que escribe y eso que llamamos lo real. Porque la realidad es defectuosa, pantanosa y quien escribe está buscando algo; en primer lugar, ciertamente, a sí mismo. Raúl Zurita lo ha dicho de otra manera: si la vida fuese perfecta, la literatura no existiría. Esta conciencia de fragmentariedad, de imperfección, de fugacidad, o sea, del mero tiempo que nos hace aparecer y desaparecer, es lo que mueve a todo verdadero escritor. Después están los premios, los flashes , las entrevistas. Buena cosa si llegan, desde luego, pero...