Dave Eggers (1970) pertenece al mismo linaje de escritores norteamericanos que ha producido a Richard Ford, Jack Kerouac, Jon Krakauer o, si nos remontamos al pasado, a Hawthorne, Whitman o Melville. Son descontentos por naturaleza, sienten un profundo rechazo por todo o casi todo lo que pasa en su patria, buscan, a través de sus libros, las formas para marginarse de una sociedad que les resulta completamente insatisfactoria; en síntesis, aunque tengan éxito y sean leídos por sus conciudadanos, son rebeldes innatos y en ciertas ocasiones -los textos de Poe, de Cormac McCarthy- llevan esa rebeldía hasta el nivel de la insania. El caso de Eggers es bastante singular, porque además de publicar notables ficciones, ha fundado un centro de voluntariado que ayuda a niños y adolescentes con programas extraescolares y clases de escritura y ha realizado una importante labor humanitaria, que ha ido de la mano con sus reconocidos logros literarios.
Héroes de la frontera , su más reciente volumen, lleva el tema de la alienación personal y el desasosiego político hasta un punto de no retorno. Josie, la protagonista, es una dentista que se desempeña en un pueblo de Ohio, se ha casado con Carl, un atractivo joven menor que ella y ha tenido dos hijos de él, Ana y Paul, de seis y tres años, respectivamente. El matrimonio dura un Jesús porque Carl es un inútil, nunca le ha trabajado un cinco a nadie, hace gala de sus problemas gástricos -o sea, defeca y orina de forma incontinente ante los demás- y posee lo que él cree es una sexualidad desbordante, que resulta solo una manifestación gratuita de exhibicionismo. El resto del cuadro familiar es igualmente desolador: Luisa, la madre chilena de Carl, sensata y generosa, vive demasiado lejos; los padres de Josie han fallecido y la parentela que le queda no cuenta para nada. Por si fuera poco, Josie se hace amiga de Jeremy, un chico increíblemente bondadoso y abnegado, a quien la heroína alienta para que se aliste en la guerra de Afganistán como socorrista, cosa que Jeremy hace para ser muerto a balas a poco de llegar a la nación asiática, hecho que sembrará para siempre la culpabilidad en Josie. Todo esto y mucho más lo vamos sabiendo con cuentagotas, ya que Eggers, por medio de una prosa madura, con frecuentes arranques líricos, desarrolla la acción de
Héroes de la frontera en cámara lenta, sin prisas y de acuerdo a los sucesivos y muy variables estados de ánimo de Josie.
Un buen día, ella decide que la situación no da para más y mientras se inician los trámites de divorcio, con el pretexto de que tiene a su hermanastra Samantha en Alaska, parte con Ana y Paul a ese lejano y extensísimo estado, sin tener la más remota idea acerca de lo que ahí va a encontrar. Es cierto que nadie sabe mucho sobre esa región, pero no es menos cierto que el despiste de Josie, mal que mal una profesional educada, llega a límites inconcebibles, que se acentúa cuando, de un momento a otro, cambia de la euforia a la depresión, de la alegría al llanto, del terror pánico a la placidez búdica. Los niños ahora son inmanejables, el dinero se les agota muy luego y las sorpresas, o la absoluta falta de ellas, hacen de Alaska un sitio totalmente distinto al que cualquiera pudiese imaginar. En lugar de paisajes deslumbrantes, incontaminados, vírgenes, hay incendios, depredaciones, catástrofes ambientales; en lugar de hospitalidad, vemos rapiña e instintos asesinos; en lugar de nativos y animales originarios de la zona, tenemos a turistas ancianos de procedencia nórdica que se lucen en absurdos cruceros. En realidad, las ciudades por las que se desplazan Josie y los suyos, poco o nada se diferencian, desde luego que a una escala reducida, de Las Vegas, Miami o Hollywood: rifas a granel, concursos de belleza, carnavales suntuarios, locales de venta de comida chatarra, puestos de baratijas, ferias donde se compra de todo y a precios exorbitantes. Así, lo que en el imaginario colectivo era y sigue siendo el símbolo de la pureza ecológica, se ha terminado transformando en un basural. Es muy posible que a Eggers se le pase la mano en sus descripciones del extremo septentrional americano, aun cuando ellas funcionan muy bien como metáforas de la ¿irreversible?, ¿indeclinable?, ¿imparable?, decadencia de una cultura y una civilización al borde de la extinción.
A los buenos narradores, máxime si poseen una elevada conciencia ética y estética, se les deben perdonar las exageraciones, inclusive las salidas de madre.
Héroes de la frontera es precisamente todo esto, con un agregado extra: el título, obviamente irónico, se refiere a un personaje central femenino desvariado, descentrado, permanentemente inseguro, quien, por propia voluntad o quizá por la inherente ingenuidad de tantas damas estadounidenses, que quieren ser libres y soberanas de sus propias personas, deberá hacer frente a calamidades que ella misma ha elegido. De este modo, Josie, como tantas, tantísimas cuarentonas del país más rico del orbe, llevará a cabo una odisea algo necia, que le causará mucho dolor: emprende un viaje sin fecha de regreso, deja atrás sus posesiones y sus errores y finalmente podrá renacer en una tierra que, al fin, muestra su luz y sus montañas. Entonces,
Héroes de la frontera , que puede leerse como una parodia de un libro de aventuras o bien un texto subliminal concebido en un lenguaje popular, vuelve a situar a Eggers en un destacado sitial dentro de las actuales letras angloamericanas.