Con más de 20 millones de lectores en todo el mundo, Arturo Pérez-Reverte ha pasado a ser uno de los escritores españoles más populares de hoy. Sin embargo, esa cifra, proporcionada por los editores del novelista, es cuestionable: no puede haber dentro del público cautivo de Pérez-Reverte, tanta gente despistada, perezosa o simplemente tantos lectores a los que les pasen gato por liebre. A diferencia de sus compatriotas Carlos Ruiz Zafón, Julia Navarro o Ildefonso Falcones, quienes componen novelones exitosos y carecen de pretensiones artísticas, Pérez-Reverte ha dado a conocer una cuarentena de folletines ambiciosos, de aparente erudición, colmados de referencias históricas y por si fuera poco, es miembro titular de la Real Academia de la Lengua. Por lo tanto, tenemos derecho a esperar, incluso a exigir, que sus libros sean buenos o al menos pasables. Y ocurre exactamente lo contrario: por lo general, se trata de historias aburridoras, sin atractivo, plúmbeas, fabricadas con una retórica supuestamente castiza, patrioteras, de corte muy tradicional y que expresan formas de pensar altamente discutibles para personas de cualquiera tendencia política o formación intelectual. Que la crítica peninsular o la que se expresa en medios extranjeros aplauda sin reservas todo lo que produce Pérez-Reverte resulta un misterio insondable en estos tiempos feministas, pluralistas, igualitarios y en los que se alardea -o se fomenta- el respeto a las minorías y a los sectores discriminados: en efecto, las ficciones del narrador hispánico, sea por propia elección, sea en forma inconsciente, hacen tabla rasa de todo aquello que, en el presente, se estima progresista o por lo menos aceptable para quienes siguen los diarios y las noticias en los medios de comunicación.
Eva , el texto más reciente de Pérez-Reverte, que es continuación de
Falcó , donde se inician las aventuras del mercenario, espía y agente múltiple Lorenzo Falcó, no es excepción a lo antes dicho. El héroe es, lisa y llanamente, alguien increíble e inverosímil: guapo hasta decir basta, elegante y refinado, valiente sin matices, inteligentísimo, frío, cínico, ya en las primeras 50 páginas se ha acostado con una docena de beldades, ha dado muerte, con armas blancas o pistolas, a una cantidad superior de sujetos que se topan en su camino, ha cambiado identidades en numerosas ocasiones, en fin, es indomable, peligrosísimo, invencible. Con una ingenuidad rayana en algo peor, Pérez-Reverte nos lo presenta como un ser fuera de este mundo, nunca deja de celebrarlo hasta la zalamería y nadie que tenga la suerte o la desgracia de encontrarse con Falcó cesa de exclamar que es un superhombre, un portento, un prodigio frente al cual solo cabe asombrarse. El resto de los personajes, mejor dicho las comparsas de Eva, compiten con Falcó en toda clase de atributos extraordinarios: mujeres de belleza impar, casi siempre con propensiones homicidas; oficiales que manejan los hilos de la intriga con soberbia maestría; subalternos que se someten a las infalibles órdenes de Falcó porque sí; esbirros que entran y salen en misiones suicidas, en fin, toda suerte de actores de reparto, de los bajos fondos y de esferas superiores, que siguen las directivas de este macho entre los machos -son las palabras de Pérez-Reverte- que enloquece a cada hembra sobre la que caiga la irresistible mirada del protagonista.
La acción, por llamarla de algún modo, transcurre en 1937, en Tánger, turbulenta ciudad de conspiraciones, tráficos ilícitos y siniestras actividades, mientras la Guerra Civil arrasa con la madre patria. A Lorenzo se le encomienda una tarea que por cierto es titánica: debe conseguir que el capitán de un barco cargado con oro del Banco de España, cambie de bandera, es decir, se pase del bando republicano al nacional. Entonces surgen soviéticos, comunistas, falangistas, diplomáticos, ciudadanos en pro o en contra de las facciones en conflicto, participantes neutrales y de un cuanto hay. En el centro de tanto guirigay está Eva Neretva, comisaria política de la tripulación, a cargo de llevar el tesoro a Moscú, quien solo obedece los dictámenes del Kremlin, tal vez del mismísimo Stalin y a la que debemos el nombre del volumen. Por cierto, es despampanante, letal, brillante y ha tenido un affaire con Falcó, quien, contrariando a sus jefes, le salvó la vida y le permitió volver a su frenética carrera como revolucionaria. El destino quiere que nuevamente se hallen frente a frente y el destino parece querer que Falcó y Eva, ambos en lados opuestos, reinicien su tórrido romance. No obstante, nuestro león jamás pensó que la astutísima, fanática y a la vez sutil Eva podía llevarle la delantera. Eso es precisamente lo que sucede, aunque claro, a la larga Lorenzo siempre tendrá las de ganar.
Si Pérez-Reverte no tuviera un estilo tan alambicado, si no cayera una y otra vez en burdos lugares comunes, si construyera diálogos naturales en lugar de un recetario de frases ingeniosas y acartonadas, en fin, si se preocupara de elaborar un auténtico relato de aventuras y no una andanada de situaciones convencionales,
Eva podría haber sido un tomo tolerable y quizá con una dosis de calidad. Lamentablemente, este ejemplar, que se alarga de modo exasperante en cientos de consideraciones pueriles, mediante un lenguaje sobrecargado y empalagoso, ni siquiera alcanza el estatuto mínimo de una obra literaria.
Eva podría haber sido un tomo tolerable y quizá con una dosis de calidad.