La vasta literatura sobre el Holocausto se ha articulado sobre todo a partir de la narrativa testimonial, la investigación histórica, la crónica, el documental cinematográfico y el ensayo. Poca ficción. Es que tiene que ser muy duro poner a andar la máquina ficcional para adentrarse en uno de los puntos límite de la humanidad, el régimen de campos de exterminio que posibilitaba la existencia de un tipo de prisionero "que había abandonado cualquier esperanza" y que "no poseía ya un estado de conocimiento que le permitiera comparar entre bien y mal, nobleza y bajeza, espiritualidad y no espiritualidad. Era un cadáver ambulante, un haz de funciones físicas ya en agonía", escribió Jean Améry, citado por Giorgio Agamben en Lo que queda de Auschwitz. El solo hecho de pensar en esas condiciones límite y empujar ese impulso hasta que cristalice en un relato es una hazaña. La realizó Cynthia Ozick, que nació en Estados Unidos en 1928, hija de judíos que huyeron de los pogromos que asolaban Rusia. El chal y Rosa, un cuento y una nouvelle con las mismas protagonistas, Rosa, su sobrina Stella y su hija Magda, quizá precisamente por la dificultad que representa fabular en torno a experiencias tan atroces, conforman un díptico abismante que vuelve a plantear preguntas fundamentales sobre los límites de la condición humana, sobre la profundidad de las heridas que portan los sobrevivientes, sobre el desarraigo y sobre qué puede constituir una vida normal, una vida común y corriente.
Ozick, tal como queda claro en Rosa, aborrece palabras como sobrevivientes o refugiados, "parásitos en la garganta del sufrimiento", dice la protagonista, arrojada al calor terrible de las calles de Miami y perseguida por doctores que quieren "observar la sintomatología del superviviente en su estado natural". Stella y Rosa tienen esas palabras atravesadas en la garganta porque escaparon del campo, pero dejaron a Magda atrás, a esa niña que se alimentaba chupando las puntas del chal en que su madre la abrigaba y la escondía, mientras Stella ("sus rodillas eran tumores sobre dos palos; sus codos, huesos de pollo") envidiaba ese refugio, que no era alimento pero sí abrigo y ocultamiento. ¿Cómo se vive después de que la desgracia se ceba en ti de la manera más brutal? ¿Cómo lidias con las culpas, los fantasmas, las voces, con ese momento de tu vida que se ha convertido en el único presente posible? Ozick entró ahí y salió entera, una de las mejores y más valientes escritoras de nuestro tiempo.
Cynthia Ozick
Lumen,
Santiago, 2018.
104 páginas.