Entre los episodios pintorescos de este febrero figura el debate en torno a si las mujeres pueden -y deben- decir garabatos, si es lícito que el Chino Ríos se exprese con procacidades y si los garabatos nos desahogan y tranquilizan, como señala una investigación científica citada por Nicolás Luco.
Todo depende de la ocasión, responden los expertos. En mi caso, confieso que me cargan las groserías casi siempre. Creo que empobrecen y homogeneizan la generosa lengua en la que hablamos (y pensamos). Cuando cualquier sustantivo se convierte en la huevá es difícil que un diálogo tenga sutileza y vivacidad.
Me apasionan, en cambio, los giros idiomáticos que refrescan y singularizan el habla de cada persona, en especial los surgidos en Chile. Los dichos suelen constituir oportunas y agudas metáforas. Es difícil no entender cuando alguien habla de "chancho en misa", "meterse en la chuchoca", "darse una manito de gato", "chicotear los caracoles", "el día del níspero", "se me echó la yegua", "le cayó la teja" o "lo conocí naranjo".
Algunas de estas expresiones se entroncan con la historia. "Dorar la píldora" tiene que ver con las medicinas amargas, que eran doradas o cubiertas de azúcar para pasar el mal gusto. "Peor es mascar lauchas" debe su origen a "mascar la hucha (alcancía)". Y como la lengua se mueve, hay dichos recientes. Estar "peinando la muñeca" nació de la dramática escena final de la teleserie "Los títeres" (1984), en la que una delirante Gloria Münchmeyer peina muñecas en la piscina.
Los dichos suelen reflejar, además, la identidad de quienes los pronuncian. Para mi mamá, mujer de campo, un lugar remoto está "donde el diablo perdió el poncho". Cuando una persona se arregla mucho, mi compuesta suegra comenta que anda "más elegante que la yegua del payaso". Y si un objeto no anda bien, mi marido dice que funciona "como la carabina de Ambrosio". Por eso, en vez de groserías, el Chino Ríos debió haber contestado con su famoso "no estoy ni ahí". Esa frase -definida por un académico chileno como "una joya del existencialismo criollo"- plasma muy bien a nuestro tatuado y procaz campeón.
En materia de dichos, una de las especialidades chilenas, según los lingüistas, son las frases superlativas. "Más falso que beso de madrastra"; "más fea que azafata del Caleuche"; "más raro que chino colorín"; "más enredado que cachipún de pulpos"; "más ordinario que ataúd con calcomanías"; "más corto que patada de chancho"; "más perdido que el teniente Bello"; "más arreglado que un borgoña", son ejemplos de esta rica vertiente.
Así que no me pasen gato por liebre, ni me vengan a dorar la píldora. Hay momentos en que no cabe más que un garabato bien dicho, pero son pocos. Nuestra lengua ofrece expresiones plenas de humor y creatividad, que van mucho más allá de cuatro garabatos recurrentes.