Allegados , primera ficción de Ernesto Garratt (1972), no parece en absoluto un trabajo primerizo, tentativo o exploratorio, sino que es un notable libro de comienzo a fin, bien concebido y bien estructurado. El aplomo y la seguridad de la escritura dan la impresión de que el autor hubiese publicado antes otros trabajos literarios y esto se nota en cada página y en el conjunto de la obra. Tal vez el hecho de que Garratt haya decidido entregar esta historia ya en la madurez, tal vez su larga trayectoria como periodista cultural, cuyos chisporroteantes artículos de cine lo califican como uno de los mejores críticos chilenos en el séptimo arte, son factores que influyen de manera contundente para que
Allegados sea un texto tan logrado, sin baches, que se lee con interés de comienzo a fin.
Como el título mismo lo indica, la trama gira en torno a dos personas, madre e hijo, que han pasado toda su vida en carácter de intrusos en distintas casas, casas de parientes, de patrones cuando la mujer cumple funciones de empleada doméstica o simplemente, cuartos deteriorados en que los protagonistas se ven obligados a alojar. En el principio ambos se encuentran en un departamento de la Villa Frei, cuyo propietario y su familia les hacen la vida imposible a ambos ocupantes, a pesar de que la cabeza del hogar es hermano mellizo de la prematura anciana: no pueden hacer ruido, tienen que pisar sin que sus pasos se noten, si usan el wáter nadie debe enterarse, carecen hasta de lo necesario para comer, en fin, están encerrados, ahogados, sin ninguna posibilidad de llevar una existencia normal. Por si fuera poco, el tío y sus parientes los insultan tupido y parejo, y los amenazan con echarlos, lo que terminan por cumplir. Para añadir mal sobre mal, la hermana del jefe de tan acogedor grupo sufre de agorafobia y salir a la calle puede ser un suplicio para ella.
Este cuadro horrible y desgarrador tiene una particular belleza, porque el niño es imaginativo, expresa sus estados de ánimo en un emotivo discurso y posee amplios recursos para evadirse de su mísero entorno. El niño es, por cierto, Ernesto Garratt y eso lo sabremos muy luego, cuando su apellido, tarjado dos veces a lo largo de
Allegados , aparezca en las listas de alumnos del liceo fiscal al que asiste. Las clases, los profesores, los compañeros conforman su universo social y pese a la precariedad de ese mundo tan estrecho, Ernesto consigue momentos de felicidad, momentos de cálida amistad y también conoce a su primer amor, Paula, una chica de cursos paralelos, quien, al menos según las apariencias, está fascinada con las gracias de Ernesto.
Como forma de escapismo, como manera de evadirse o más posiblemente, como un modo de construirse una realidad paralela, Ernesto cree que puede predecir el futuro y elabora aventuras góticas, desaforadas, truculentas, que provienen de su afición a las películas de clase B y de sus lecturas sobre hechos paranormales o francamente delirantes. Así, tenemos, en conjunto con la acción principal de
Allegados , una intriga en la que el héroe es Mihai, vampiro muy extravagante que solicita los servicios de Mina, dentista especializada en quitar el dolor de muelas a estos seres inmortales, por lo que le extrae algunas piezas a mano, con consecuencias previsibles: Mihai, como parece obvio, puede perder sus fatídicos poderes al verse, de un día para otro, sin colmillos. Mina, por su parte, aspira a ser la pareja de esta estrambótica figura, que lleva milenios tramando el mal, por más que se compruebe repetidamente que es incapaz de matar a una mosca, lo que le genera lúgubres y divertidas cavilaciones. El malo en esta serie de terror que no asusta a nadie, aunque apasiona a los amigos de Ernesto que la conocen, es Nicolae, por lo que Mihai y Mina deberán librar una lucha encarnizada en su contra, aun cuando, por desgracia, nunca sabremos el desenlace de su diabólica odisea. El núcleo de esta intriga secundaria está compuesto por numerosos incidentes que, de alguna manera inexplicable, están relacionados con las peripecias habituales que llevan Ernesto y el resto de los caracteres que pueblan el relato. En verdad, nada hay de común y corriente en la cotidianidad de todos ellos, aun cuando Garratt se las arregla, sin que lo percibamos, para que creamos que nada hay de extraordinario en circunstancias tan excepcionales, tan sórdidas, tan al borde de lo que es soportable.
Allegados , tal como sucede con los volúmenes de real calidad, puede abordarse en distintos niveles. En primer lugar, hay una evocación patética de la década del 80, que son los años de formación de Ernesto. El tema, si bien puede rozar el miserabilismo, es tratado con humor, con ternura, con cierto desapego y sin ningún sentimentalismo, y aquí reside uno de los mayores méritos de Garratt. Lo que pudo ser un melodrama, resulta una comedia, mejor dicho una tragicomedia, que nos muestra lo peor de nuestra sociedad y, a la vez, rescata las luces de esos escombros en los que están sumidos los personajes principales. En segundo lugar,
Allegados , sea implícita o explícitamente, nos muestra, siempre de modo sutil, cómo la literatura y el arte, aún en sus manifestaciones menos esplendorosas, pueden ser el rescate y la salvación de quienes están hundidos en la extrema pobreza. El lenguaje, un componente clave en
Allegados , es culto y coloquial, muy chileno y muy cosmopolita, y no podría haber sido distinto en esta singularísima novela de aprendizaje.