No deja de ser llamativo que una pequeña película europea como "Llámame por tu nombre" haya sido nominada este año al Oscar de mejor película. Es claro que Hollywood está haciendo esfuerzos denotados y persistentes por no aparecer como una industria anclada en viejos prejuicios conservadores. El año pasado el premio a mejor película lo obtuvo "Moonligth", otra película pequeña, donde, sin embargo, su protagonista era afroamericano, pobre y gay, algo que mataba tres culpas de un tiro. Aunque es una película más fina, "Llámame por tu nombre" posiblemente no tendrá la misma suerte: trata de un amor gay, pero sus personajes son blancos, cultos y privilegiados. En la gran campaña de
marketing que es el Oscar, esto es suficiente mérito para la nominación, no para el triunfo.
Adaptada por James Ivory a partir de la novela de André Aciman y dirigida por el italiano Luca Guadagnino, la cinta está ambientada en un caluroso verano de 1983 en el norte de Italia. Ahí Elio (Timothée Chalamet), un culto joven de 17 años, hijo único de un matrimonio judío de académicos cosmopolitas, veranea en la villa de su familia, hasta donde llega Oliver (Armie Hammer) a trabajar como asistente de su padre. Si bien tanto Elio como Oliver parecen a gusto coqueteando con las chicas de la zona, entre ellos nace una amistad que se torna abiertamente erótica. Sin mucha más trama, el relato se juega en el dibujo de las tensiones entre los personajes, en la sensualidad de la atmósfera, en las emociones de empatía que pueda provocar en los espectadores.
Guadagnino tiene ciertamente amor por el verano mediterráneo. Ya había convertido el paisaje en un personaje en "A bigger splash" (2015), filmada en una remota isla siciliana. Ahora hace lo propio con la campiña italiana. Hace años que el verano de la Europa mediterránea no aparecía tan gustosamente capturado, al punto que recuerda las experiencias de Néstor Almendros con Éric Rohmer o lo hecho por Olivier Assayas en la estupenda "Las horas del verano" (2008). El sol, el agua, el verde de los árboles, la luz intensa en el exterior, el fresco sombrío del interior, todo está tan elocuentemente puesto en escena que, de no resultar tan irresistible, se sentiría exagerado.
Esta atmósfera parece ser requisito para que Elio y Oliver se encuentren. Bajo los tormentosos vientos de la fresca Escocia, por ejemplo, no es claro que su amor hubiera podido florecer. Válido. No hay como el verano para despertar a Eros. Pero la cinta también se la juega abiertamente en este plano, quizá, porque Guadagnino intuye que es lo mejor que puede hacer con el material que tiene a mano.
El problema de "Llámame por mi nombre" es que historias de iniciación o de despertar sexual se han escrito y filmado cientos de veces. En ellas suele haber tanto gozo como decepción. El protagonista descubre una parte de importante de sí y de la vida, pero ese descubrimiento suele cobrar la pérdida de la inocencia. Se muerde el fruto del conocimiento y ya conocemos las consecuencias. Las historias de iniciación, entonces, suelen desplegar tensiones más allá de las puramente eróticas. En la cinta de Guadagnino, en cambio, casi la única tensión en juego es que estamos hablando de dos hombres en 1983, cuando ser abiertamente gay era algo más costoso. Está bien. Tiene su valor "normalizar" una relación homoerótica, ponerla cinematográficamente en el mismo plano que el utilizadísimo chico conoce a chica. Pero las historias de chico conoce a chica, justamente por moverse en un terreno tan explotado, suelen desarrollar más vueltas, ser excusas para otros descubrimientos. Dicho de otra manera, si "Llámame por mi nombre" fuera una historia heterosexual sería absurdamente convencional. En ese sentido, quiere ser moderna, pero resulta de un candor preadánico.
LLÁMAME POR MI NOMBRE
Dirigida por Luca Guadagnino.
Con Armie Hammer, Timothée Chalamet, Michael Stuhlbarg.
Italia, Francia, Brasil, Estados Unidos, 2017, 132 minutos.