Me declaro un fiel partidario de los taxis. Hablo de los verdaderos, no de esa otra ilusión de autos de alquiler, de cualquier forma y tamaño, con tarifas variables y arbitrarias, donde el chofer es, en el mejor de los casos, un amateur carente de contrato y leyes sociales, y donde el pasajero viaja desprovisto de los mínimos seguros y garantías. Además de haber sido expulsados de Londres con gran revuelo, ya son numerosos los países del mundo que han desterrado a Uber y similares por sus abusos laborales y por ser competencia desleal con quienes trabajan cumpliendo con el marco regulatorio y contractual que se exige a un servicio público.
El taxi es una institución urbana antiquísima, anterior incluso al transporte colectivo, y representa, cuando funciona bien, un refinamiento cosmopolita. ¿Puede haber algo más civilizado que salir corriendo a la calle, estirar la mano y detener un vehículo para subirse a él, dar instrucciones perentorias a un chofer y llegar a nuestro destino por un precio proporcional al recorrido y acordado por ley? No hay nada de trivial en esto. Claro que el lector se reirá pensando en los taxis destartalados y malolientes, en los choferes malhumorados y a veces deshonestos que uno puede encontrar todavía en Santiago o Valparaíso. Es cierto que algunos de esos autos deberían ser llevados al museo de la mecánica esotérica, sus choferes condecorados por temerarios y nosotros, los pobres pasajeros, recompensados por nuestro heroísmo y sangre fría. Pero esos taxis ya son los menos y van en retirada. Hoy, la mayoría de los vehículos son razonablemente nuevos y los conductores, suficientemente expertos.
Los taxistas, no obstante, enfrentan hoy a su mayor enemigo: su propia pésima reputación, sin duda por culpa de unos pocos colegas inescrupulosos. Nada que un gremio orgulloso, profesional y bien organizado no pueda revertir. Para ello, ofrezco a continuación, por escrito, un puñado de consejos que podrían resultar invaluables para la supervivencia del oficio.
Apreciado taxista: mantenga el auto ventilado, instale aire acondicionado en verano, evite que el asiento trasero sea un abismo insondable de arenas movedizas donde las personas desaparecen. ¡Tenga vuelto! No escuche música estridente ni programas vulgares, tampoco de fanáticos religiosos. No hable de política salvo que la conversación llegue naturalmente ahí. ¡No hable por celular mientras conduce! Utilice un GPS, conozca la ciudad y estudie un poco de su historia. Vea la manera de aceptar tarjetas bancarias, que hoy todo es posible. ¡Maneje con suavidad y prudencia! Evite aromatizadores de funeraria, sea honesto con la ruta y la tarifa; y por último, tal vez lo más importante: cuando alguien se suba a su taxi... por el bien de los demás, ¡apague la maldita banderilla!