No hay ningún crédito que lo diga, pero es evidente que Guillermo del Toro ha hecho esta película pensando en
El monstruo de la Laguna Negra (1954) y su secuela,
El regreso del monstruo (1955), ambas dirigidas por Jack Arnold, que se han convertido en clásicos de culto de la ciencia-ficción de los 50. La historia de
La forma del agua es una combinación de ambos argumentos, con un centro que para aquellos años era una verdadera ruptura: un monstruo anfibio, medio pez y medio batracio, que se enamora de una mujer. Una retorcedura muy
camp de
La bella y la bestia.
La cinefilia es un subtema de esta película, que cita muchas cintas de Hollywood, la mayoría de ellas muy poco distinguidas (pregunta obligada: ¿qué clase de educación fílmica habrá tenido Del Toro?), y que se organiza en torno a la canción
You'll never know tomada de la versión que canta Alice Faye en la olvidable
Hello, Frisco, hello! (1943), de H. Bruce Humberstone. Pero es solo un subtema, subordinado a la nostalgia de una época en la que, conforme a esta película, la magia era más posible, o quizá más aplaudida.
Esta es la piedra de fundación de
La forma del agua. Del Toro, uno de esos cineastas mexicanos de selección -como Arau, González Iñárritu, los Cuarón- que se han asimilado a la industria de Hollywood, convierte la historia tenebrosa en un cuento mágico situado imprecisamente por 1963, en el momento en que un laboratorio del gobierno recibe un gran estanque donde ha sido apresado un monstruo capturado en el Amazonas.
El monstruo (Doug Jones) es bastante humano -Del Toro no ha gastado demasiados efectos especiales aquí-, pero lo importante es que quien se fija en él es una empleada del aseo, muda y huérfana, Elisa Esposito (Sally Hawkins). Y su antagonista es el nuevo jefe de seguridad, Richard Strickland (Michael Shannon), un hombrón cuyo interés es despostar al monstruo para obtener ventajas militares, en un momento en que la Unión Soviética aventaja a Estados Unidos en la carrera espacial.
¿Cuál es la conexión entre ambas cosas? No, nadie sabe. La historia política es una farsa. La del amor heteroanfibio tiene otro estatuto: allí se encuentran la ecología, la ciencia, el altruismo, la inocencia, la bondad y, desde luego, el cariño sin fronteras. Hay tanto tiempo gastado en subrayar estos nobles valores como el que se emplea en desgraciar a Strickland y al complejo científico-militar. Unos 30 minutos que sobran, para hacer un cálculo comedido.
La forma del agua es una historia reconfortante, incluso inspiradora, biempensante, políticamente correcta y maravillosa... siempre que se esté dispuesto a tolerar la infantilización de todos los componentes fílmicos. Y, sobre todo, si se acepta la premisa de que el bien siempre está de un solo lado.
The shape
of water
Dirección:
Guillermo del Toro.
Con: Sally Hawkins, Michael Shannon, Doug Jones,
Richard Jenkins, Octavia Spencer, Michael Stuhlbarg.
123 minutos.