Marcelo Ríos se ha vuelto a salir con la suya: que hablen de él, que se fijen en él, que vuelva a tener la impronta pública que alcanzó cuando era tenista profesional y algún mérito sumaba.
Dentro de su habitual vulgaridad, que es variada y variable, Ríos esta vez ideó una estrategia que, una vez más, contó con la complicidad de una prensa que todavía sigue imaginando, con una ingenuidad digna de una causa noble, que de sus cavilaciones encontrará alguna frase aquilatable.
Sin importar volver a tropezar con la misma piedra, lo patético del caso es que esta prensa ávida, de no se sabe qué, sigue detrás de la presa de una manera obsesiva, masoquista, conociendo al personaje, y dándole tribuna a un tipo que no tiene filtro ni límites, porque hace años se acostumbró a hacer lo que quisiera, amparado muchas veces en los mismos medios que denosta, salvo los que le pagan por aparecer en sus portadas o en entrevistas de televisión.
Solo los fanáticos pueden celebrar las groserías de Ríos Mayorga. Es una pena que sea el tipo ordinario que es, y algo de culpa tenemos los mismos que alabamos su talento y contribuimos a que se creyera intocable e impune.
Pero el lamento, además, no es porque uno espere que sea un ejemplo de ciudadano, un espejo para los menores, un referente para sus seguidores, sino porque tras sus declaraciones uno vuelve a confirmar que quien fuera el tenista mejor ranqueado del mundo en uno de los deportes más competitivos del mercado, quizás el atleta chileno dentro de la cancha más completo y genial de nuestra historia, no es otra cosa que el retrato perfecto de un payaso.
Tampoco es gratuito tratar mal al ídolo en Chile y en cualquier parte. Se les tiene un especial cariño por lo que representaron y transmitieron en su época. Mas la figura de Marcelo Ríos no puede ser defendida in extremis por lo que hizo o por representar un perfil reaccionario o una imagen desenfadada de "vivir la vida". Menos porque se haya jugado ideológicamente por el candidato ganador en las últimas elecciones presidenciales (qué infortunada, por cierto, la fotografía de la futura ministra del Deporte con Ríos para comprometer su apoyo para la celebración de un partido conmemorativo con Agassi en La Moneda). A Ríos hay que mirarlo en perspectiva, no en retrospectiva. Y lo que queda es la sombra de un ex jugador superado por su mala educación y sobrepasado por un ego dañado, que hoy no tiene cómo canalizar, salvo por cuánto hable la gente de él.