Roberto Arlt (1900-1942), pese a su corta vida, dejó un legado impactante, en verdad increíble para alguien que tuvo escasos recursos para vivir o, mejor dicho, sobrevivir: centenares de artículos periodísticos, incontables columnas en diferentes medios, las llamadas aguafuertes porteñas, españolas y cariocas, novelas
- El juguete rabioso y Los lanzallamas son las más famosas- y decenas de piezas teatrales. Sin embargo, lo más probable es que será recordado por la vasta cantidad de relatos breves que concibió, recién reunidos en su totalidad en el voluminoso compendio
Cuentos completos. Arlt no escribía bien y lo hacía a propósito, sin importarle un pepino que sus historias estuvieran redactadas en una prosa desmañada o mal hecha, hasta el límite de lo que resulta comprensible. Jorge Luis Borges, su contemporáneo, quien le sobrevivió en muchos años, está en las antípodas de Arlt y este último creyó que su obra, imperfecta pero originalísima, era una alternativa a los textos pulidos y al depuradísimo estilo borgeano. Por ejemplo, a Arlt nada le importaba llenar un párrafo con cinco, diez y hasta quince adverbios terminados en "mente", los cuales, en muchos casos, generan más emoción e interés que los que pueden suscitar páginas impolutas. Volodia Teitelboim, un testigo privilegiado de esa época y que fue amigo del autor, afirmó sin arrugarse que también Arlt cometía atroces faltas de ortografía.
Sea lo que sea, antes de este libro conocíamos a Arlt por sus brillantes colecciones dedicadas al mal llamado género menor:
El jorobadito (1933) y
El criador de gorilas (1941). Ahí está plenamente presente con sus exageraciones, sus distorsiones, su caricaturesca forma de ver la realidad y ahí están los personajes defectuosos -los deformes, los contrahechos, los "tísicos perversos", el "monstruo jovial", los rengos, los tuertos, los gibados-, así como los ambientes turbios de los canallas, los espías, los traficantes de drogas y, sobre todo, los estafadores, los tratantes de blancas, "el hampa de la literatura", "los prostíbulos más espantosos de provincias", los "dramas oscuros que se gestan en las entrañas de las grandes ciudades". Esta curiosa y perversa estética de la infelicidad y la desesperación que es el sello de Roberto Arlt, refleja la voz febril de los que se hunden y saben que se hunden; la de los que no pueden más de aburrimiento; la de los incapaces de sentir simpatía, o, si la sienten, se desprecian por ello; en fin, la de los que no saben qué hacer con sus días, la de los infortunados sin remedio.
Como lo dice con acierto Martín Kohan en el prólogo a estos
Cuentos completos , que la desesperación sea una condición existencial no significaría nada si no fuera también una suerte de relación con el lenguaje, que solo puede lograrse en la forma en que se expone la desesperación, cómo se impone, cómo transcurre y cómo, en definitiva, se explica. Lo genuinamente terrible para Arlt es hablar en una lengua extrema y exclamaciones del tipo "Pienso que es triste no saber a quién matar"; "Todos llevamos adentro un aburrimiento horrible"; "Gemí mi desesperación", son pruebas de su visión pesimista hasta lo inclaudicable, si bien vitalista y reconfortante si uno la compara con la de sus contemporáneos sumidos en el surrealismo, el experimentalismo
per se; en fin, la modernidad en su primera fase.
Así, los ripios de su sobrecargada escritura, lejos de mostrar debilidad, comprueban que Arlt preparaba sus piezas mediante una elevada búsqueda del atractivo estético; frente a sus evidentes defectos, hallamos frases deslumbrantes: "imperturbable como el destino"; "hermoso como la buena suerte"; "un veneno bondadoso como una enfermedad" y suma y sigue. No se trata en éste y otros casos de una omisión intencional de artificios literarios, ya que estamos ante la creación singular de otra clase de literatura, otra clase de recursos imaginativos.
Dos narradores argentinos de importancia discrepan acerca del aporte de Arlt: David Viñas, aun cuando ve en él una antítesis posible para la presencia abrumadora de Borges, le reprocha haber montado una escenografía tan falsa como los decorados de Hollywood. Por su parte, a Ricardo Piglia fue eso mismo lo que lo entusiasmó, pues consideró a Arlt un tipo de profeta componiendo con el imaginario de la cultura de masas. El hecho de que todos los títulos presentes en este ejemplar fuesen concebidos para publicarse en periódicos les confiere la inmediatez, la urgencia, el carácter frenético del que carecerían en el caso de haber sido pensados con calma y buena letra. Los temas de Arlt, a saber, la bajeza, la ruindad, la crueldad, son una manera de manifestar que el odio y la atracción pueden coexistir y de hecho funcionan muy bien en sus mejores creaciones. Casi como nadie que laboró en idioma español en el siglo pasado, Arlt traba una relación ambigua con el espanto y la repulsión: ésa es la percepción del mal que permite una genialidad capaz de hallar ingenuidad y jovialidad en un monstruo; que alguien pueda ser "bribón y clarividente" o "granuja y doctor en magia"; un estafador que lee la Biblia o incluso que la mezquindad humana exista aun en los grandes hombres de la antigüedad y que "un rizo de romanticismo" consiga predominar en un "alma de asesino". Y si a la postre estos
Cuentos completos son agobiadores, el denominador común, que es su grandeza
sui generis, deviene la impresión que pervive tras su lectura.