Mientras una cámara sumergida en agua borrosa recorre lo que nos cuesta distinguir como un pasillo -y sigue hacia una habitación, donde vemos una lámpara, un sofá, una mesa flotando-, nos anuncian, en tono suave, que intentarán contarnos sobre "la princesa sin voz". Esa pátina de viejo relato es la estética que domina en "La forma del agua", la película del mexicano Guillermo del Toro, recién nominada a 13 premios Oscar, entre ellos, mejor filme y mejor director.
Lo de princesa no es casual.
La filmografía de Del Toro ha apelado al género fantástico, moviéndose entre lo fantasmagórico y el terror, para exorcizar traumas y hacer crítica social y política. Pero si "El espinazo del diablo" (2001) y "El laberinto del fauno" (2006) repasaban los estragos de la Guerra Civil española a través de escalofriantes y dramáticos relatos con niños en el centro, "La forma del agua" está a medio camino entre el gótico y el cuento de hadas.
Y nos sitúa en los EE.UU. de la Guerra Fría, en Baltimore.
Su protagonista es una adulta, que, eso sí, bien podría ser una niña. Elisa (enternecedora Sally Hawkins) es una huérfana candorosa, que irradia bondad e inocencia. Y es muda. De mujer tiene su erotismo -que satisface en solitario- y que se gana la vida trabajando.
Quien nos la ha presentado en el relato del inicio es su vecino, Giles (Richard Jenkins), un dibujante algo mayor, al que cada vez le cuesta más vender sus afiches porque estos, en el mundo de la publicidad, están siendo reemplazados por la fotografía.
Elisa y Giles se cuidan mutuamente, ven juntos películas de Shirley Temple y de Carmen Miranda en la TV. Ella prueba unos pasos de tap: lejos de ser atormentada, es feliz con su vida mínima. Y si en su edificio Giles cuida de ella, en su trabajo, como aseadora de un laboratorio, es Zelda (Octavia Spencer) quien la protege, como una verdadera madre sustituta. Zelda es mujer de experiencia y vida nada fácil, pero sagaz y con mucho sentido del humor.
En solo una escena -en una pastelería- sabemos que la sociedad en que se nos sitúa es racista, que Giles es gay y que su condición es rechazada de la misma manera brusca en que lo es la sola presencia de una pareja de afroamericanos que se acerca al mesón.
Un personaje algo siniestro, el prepotente Richard Strickland (Michael Shannon) está a cargo de las inmensas y custodiadas instalaciones del laboratorio de alta seguridad en que Elisa y Zelda limpian pisos.
Un día, Elisa se convierte en involuntaria testigo de un accidente y por curiosidad ingresa al recinto donde este ha ocurrido. Allí descubre, encadenada y maltratada, a una criatura anfibia de gran tamaño (Doug Jones) a la que se le acerca con sus ojos cándidos; luego compartirá con "él" su colación y pronto su música, con discos que lleva para escucharlos juntos.
Encontrarse y establecer un vínculo con este ser -que para sus jefes es un monstruo destinado a la experimentación- se transforma en la razón de vida de Elisa. "Él no me ve como incompleta, él se alegra de verme", le confidencia a Giles en su lenguaje de señas.
Como en sus otras películas, Del Toro subvierte las apariencias y cuestiona quiénes son los monstruos. Acaso los "distintos", "incompletos", "raros" e insignificantes tienen más calidad humana que personas como Strickland y su familia modelo. Un hombre que se va transformando ante nuestros ojos en... un monstruo.
Fábula sorprendente, de una puesta en escena cuidadosa y cargada de significados, Del Toro recorre con su cámara esos departamentos grandes, gastados y decadentes, llenos de detalles, y baja al cine sobre el que están situados; de allí al impresionante escenario que monta en el laberíntico laboratorio; las calles; la cafetería del barrio. Es una imaginería barroca que inunda cada cuadro del filme.
"La forma del agua" es una historia de amor, más que imposible, improbable. Un thriller dramático, por momentos violento, lleno de alegorías, con espacio para el humor y bellos gestos de amistad y solidaridad. Un encuentro mágico, delirante, que se consuma en un clímax donde el agua reafirma su fuerte protagonismo, para decirnos que "la vida es el naufragio de nuestros planes".
(En cartelera desde el jueves 1 de febrero).