El tiempo es tal vez uno de los misterios más grandes del hombre. Aunque lo podamos medir, convertir en años y siglos, recobrar el pasado para tener historia, aun no podemos dilucidar en el día a día, qué de lo que sentimos es presente y qué es el pasado que se asoma sigiloso.
Como pelear contra lo inevitable es un fracaso seguro, mejor nos resignamos a que somos hoy también lo que fuimos.
Muchas escuelas psicológicas y religiosas han intentado adiestrarnos en la conciencia plena del presente, para que cada minuto de la vida tenga un sentido en sí mismo. Nada fácil.
Porque somos hoy el resultado de las experiencias vividas. Cambiamos a veces las interpretaciones que tenemos de hechos del pasado que nos ayudan a liberarnos de cargas históricas o a reencontrarnos con personas que nos parecieron hostiles alguna vez. De hecho, el trabajo terapéutico que hacemos con la historia, en particular con los padres y las figuras paternas, tiene ese sentido. El de ayudarnos a comprender mejor lo que significaron ciertos hechos en los sentires que hoy nos conmueven, nos pesan, nos duelen o agradecemos. Así de importante es el pasado.
Lo que importa, y que no nos decimos, es que recodar el pasado nos hace más libres. Porque recordarlo y procesarlo nos ayudan a entender quiénes somos hoy y eso es siempre liberador.
Ejemplos triviales: ¡Cómo voy a saber cocinar si nunca vi a mi mamá en la cocina! o ¡Cómo no voy a tenerle miedo a los enojos de mi marido si vi tantas veces a mi madre y hermanos mayores sufriendo hasta el llanto por la crueldad y antipatía de mi papá!
Y así a cada rato el pasado se presenta sin que siempre lo sepamos, en la determinación de nuestras acciones o temores.
Tener pasado y conocerlo no es estar determinado por él. El sentido último de conocerlo bien es tratar de no repetir lo que nos daña. No olvidar, no reprimir, no asustarme. No. Mirar desde lo que somos hoy las libertades que hemos adquirido respecto del pasado y celebrarlas. Y si son pocas, hacer de verdad un esfuerzo por trabajar en cambiar esas sensaciones que creemos nos determinan sin ser así necesariamente.
Las vacaciones son un gran momento para mirar el pasado y liberarnos un poco de él, a la vez que agradecer lo que nos dio. Hay que cultivar el silencio y dejar que el corazón hable.