Esta novela, cuya primera versión fue publicada en 1988, toma prestado el título de un verso del poema épico
Arauco domado, pero no es el primero ni el menor de los múltiples juegos metaliterarios que soportan una historia que se mueve en varios planos temporales. Dos personajes hilan el tramado: el boxeador Arturo Godoy y el narrador, un historiador que tiene el mismo nombre del autor, recurso narrativo que en esa época dio sus mejores frutos en novelas de Roberto Bolaño y Javier Cercas. Su nueva aparición en las librerías nacionales, con menos páginas y un afinado proceso de edición, es un gran acierto no solo por poner al alcance de las nuevas generaciones una novela que en su momento no tuvo todo el eco que merecía y que, como recuerda el autor en el epílogo, fue víctima de una serie de malos entendidos, sino también por su extraordinaria calidad literaria, que merece un puesto destacado en el siempre movedizo canon de la narrativa chilena.
La intencionada confusión de fronteras entre la realidad y la ficción que lleva a cabo Castillo dio pie a una de las acusaciones más curiosas que se le puede hacer a una novela: "esta ficción miente". Y tan bien miente que algunas de las cosas allí narradas adquirieron luego el estatuto de lo real. Por más que haya nombres que coinciden, la historia de Godoy y sus enfrentamientos con Joe Louis son el soporte para una ficción que explora la chilenidad en todas sus facetas, con humor, cariño y notable pulso literario. Hay muchos convidados de piedra en estas páginas (Cortázar y Neruda, Allende y Pedro Aguirre Cerda, entre otros) y hechos históricos pasados por el tamiz de la recreación en muy distintos estilos y maneras: la matanza de Santa María de Iquique, por ejemplo, y, sobre todo, el Combate Naval de Iquique, en una genial representación circense de la batalla, que luego da pie a que los púgiles den vuelta la historia a golpes de puño. La riqueza lingüística de este libro es enorme, en la recreación de un lenguaje popular ya ido, el que se hablaba en el Chile de hace décadas; y de ese modo de ser del chileno que dice y no dice, que echa la talla, chaquetea, pela, que agrede pero sin mala intención, en esas amistades entrañables que se componen de golpes y de abrazos. Hay una clave muy profunda de cómo somos en estas páginas, que merecen lectura y relectura atentas. Y hay también algo tan impalpable como evidente, la sensación de que el autor lo pasó muy bien escribiendo la novela. Los lectores lo agradecemos.
Roberto
Castillo.
Libros del Laurel,
Santiago, 2017.
342 páginas.