En la modernidad, el asedio a la Iglesia tuvo un contrapeso en la mayor centralización y en el papel comunicativo directo del papado. Su figura adquirió una importancia fundamental, un tipo de responsabilidad que pesa sobre los pontífices.
Una respuesta sería asumir las causas de nuestro tiempo; en su tarea pastoral la Iglesia siempre lo ha efectuado, vinculado a lo cambiante de las preocupaciones humanas, a los errores que se cometan, a veces nada de ligeros, y a los cambios en la evaluación por parte de la Iglesia. Mas, hacerse cargo como lo fundamental del "espíritu de los tiempos" es jugar la carta de una ONG, papel al que muchos -lo sentimos en estos días- quieren reducir a la Iglesia. Las actitudes y misiones en torno a lo social y a la protección de los desamparados por parte de la Iglesia jamás serán capaces de superar mal alguno, pero pertenecen a la naturaleza de su misión.
Sin embargo, ninguna de estas tareas posee sentido eclesial y evangélico si no transmiten la fe religiosa, la aproximación a la experiencia espiritual. Esta es lo que fundamenta todo lo demás, y no al revés.
Lo religioso -en el cristianismo o en cualquier experiencia en la historia espiritual- emerge como respuesta a esas preguntas básicas de la existencia: ¿por qué el origen y la muerte? ¿Por qué las cosas son, y simplemente no son? ¿Qué dice el contraste entre la inmensidad del cosmos y de lo biológico, y el que entremedio seamos seres morales, seres que valoramos? Es el Dios personal o es lo numinoso al representarse en la naturaleza, o lo sagrado, la trascendencia en la historia de las religiones, lo que ninguna ciencia podrá ni comprobar ni refutar. No requieren de complejidad intelectual para que todo ser humano las formule o las experimente en su conciencia. Es esta raíz en el espíritu puro, por decirlo así, lo que fundamenta la misión pastoral tan propia al cristianismo y en especial al catolicismo en sus más diversas expresiones.
Ante el panorama oscuro de la religión en la modernidad, ¿qué puede proporcionar la palabra del Pontífice, o la voz religiosa? Un recurso sería adoptar un fundamentalismo. Además de ser detestable, no encontraría ni ardor ni programa; ya sucedió con las guerras de religión que siguieron a la Reforma y además desgastaron la fe; seguramente en el largo plazo lo mismo le sucederá al Islam.
Quizá no sea un callejón sin salida. La religión cristiana podría coexistir con la modernidad, vaguedad siempre en evolución. Entre otras razones, porque si bien esta última se emancipa de la civilización cristiana, nació y creció en Europa bebiendo la herencia judeocristiana y clásica, la que había sido casi exterminada por la expansión islámica en otras partes. La sociedad liberal moderna, una de las caras de la modernidad, no es puro liberalismo en un sentido restrictivo; extrae la savia de la tensión creativa de muchas fuentes simultáneas y es desde esa coexistencia precaria pero duradera de fuerzas de donde surge un espíritu liberal que se devalúa en nihilismo si se identifica exclusivamente con uno de sus rasgos (el dominio beligerante de la lógica de mercado por sobre todo lo demás, o el despotismo de lo políticamente correcto). La religión o la orientación espiritual es una de sus posibilidades, también fecunda, aunque no volverá a ser la identidad misma de la civilización.
La presencia espiritual no es una que pueda ser dejada solo en manos del Papa o de los líderes religiosos. Con todo, en Chile esperamos que nos muestre la fundación espiritual de las apelaciones pastorales acerca de las definiciones sobre nuestra vida histórica. Menuda tarea que se deja en manos de Francisco.