Por primera vez en la historia del fútbol chileno, el proceso de búsqueda y elección de un seleccionador nacional quedaron en manos de un ex futbolista y entrenador. Es más, de un hombre con fuertes y claras convicciones en torno a lo mejor para el desarrollo de la actividad, como gusta definirla Arturo Salah.
Un proceso que -fiel a su estilo- culminó cuando el timonel ya estaba de vacaciones, por lo que los anuncios y las explicaciones quedaron para los dirigentes convencionales, lo que ha impedido tener respuestas claves que nos permitan entender cabalmente la elección. Por lo pronto, aún falta que Salah o Pellegrini nos verbalicen, para la historia, por qué el camino lógico no fue posible. ¿Es un tema económico por la cláusula del Hebei o, sencillamente, porque al ingeniero no le seduce aún tomar la selección, aunque fuera este un ciclo completo y a cargo de su amigo?
La llegada de Rueda supone la caída de varios paradigmas. El primero y más evidente para los que conocemos hace décadas el discurso del presidente es que el colombiano no jugó fútbol profesional, lo que para Salah es un requisito indispensable para convertirse en director técnico. Hay ahí un cambio profundo en su pensamiento que, quizás, nos llevaría a conclusiones interesantes de cara al futuro del INAF, el centro monopólico de formación de los entrenadores chilenos.
Rueda no es chileno (lo que responde a una realidad obvia) y no tiene profundo conocimiento del medio local, lo que se relativiza con la universalidad que alcanzó la selección en la última década, protagonista en todos los torneos en que participó. Por lo mismo es importante saber cuáles serán los roles y obligaciones que tendrá en la orgánica de Juan Pinto Durán. Por lo pronto, algunos integrantes de la directiva ya han deslizado que estará por debajo -en el organigrama- de Luis Ahumada, y que las selecciones menores no estarán bajo su tuición.
En los últimos tiempos, cuando Pinto Durán se ha transformado en un búnker y hay que hacer fe del trabajo arduo, diario, esforzado y obsesivo de los seleccionados, hay al menos que poner en duda, cuantitativamente, el ejercicio de esa labor. Rueda jamás entrenará este año en el recinto con la selección, que tendría entre seis y ocho partidos internacionales en el extranjero.
Y el "trabajo grupal" que requerirá para cerrar las heridas que dejó la eliminación lo tendrá que hacer en hoteles europeos, en aeropuertos o en las habitaciones donde nuestros cracks se reúnan para esos amistosos. Todo rápido y acelerado. No hay ni una concentración larga o parrilla dispuesta para arreglarse a la chilena.
No será tema de este año, por ende, establecer las condiciones de concentración, los horarios de llegada, las juntas con los amigos, las normas para bautizos y matrimonios o las condiciones para ir al casino o las discoteques, un aspecto que parece central para el ordenamiento de la última fase de la generación dorada, que debe partir por aquello donde todos estamos de acuerdo: la autocrítica y la disciplina.